LAS PRIMERAS ACADEMIAS CIENTÍFICAS Y LA COMUNICACIÓN CIENTÍFICA

Las academias científicas en los siglos XVI y XVII surgieron de la necesidad que sintieron diferentes grupos de intelectuales, de distintos países y desde posiciones filosóficas dispares, de abordar el estudio de la naturaleza mediante la observación y la explicación racional de los fenómenos naturales.

Era la época en la que se habían descubierto las indias occidentales, pero parece que, en esta primera etapa de la colonización, los estudiosos se interesaron más que por el nuevo mundo por la lectura y asimilación del mundo reflejado en los libros clásicos olvidados, durante mucho tiempo, en los anaqueles de las bibliotecas de los monasterios y de las universidades.

Muchos investigadores eran clérigos y un número considerable de ellos había tenido una enseñanza universitaria, en la que se habían estudiado las teorías de Aristóteles como sustento racional de la teología, formando un cuerpo de doctrina que acabó dominando toda la cultura filosófica y científica de Occidente.

Pero todos los investigadores tenían el interés de conocer, a través del de las obras clásicas griegas y latinas, de primera mano y de forma completa, esos mundos mal conocidos, bien por la exclusión de algunas teorías por el propio Aristóteles o por los profesores y universitarios, o por las múltiples traducciones de diferentes obras clásica por los árabes. Los nuevos investigadores querían conocer las razones por las que otros filósofos habían seguido un camino diferente   del señalado en el marco de las instituciones docentes tradicionales. Analizar los textos clásicos fue uno de los puntos cruciales por los que se podía apreciar la separación del pensamiento moderno de la tradición medieval.

Se redescubrió el platonismo, que había sido ignorado hasta finales del siglo XV. El universo platónico como un conjunto de emanaciones de la mente divina añadió una componente con un matiz místico y antirracional. Con el estudio crítico de las obras de los clásicos, la construcción lógica que había construido la escolástica durante tantos siglos para suplir las lagunas históricas se tambaleaba y el mundo renacentista pudo ver que, entre los clásicos, la naturaleza podía ser concebida desde diferentes puntos de vista.

Se redescubrió el atomismo filosófico de Demócrito (s. V-IV a. C.) condenado por Aristóteles. Pierre Gassendi (1592-1655) defendió la teoría atomista y hacía notar en sus Exercitationes Paradoxicae adversus Aristoteleos (1624) que la filosofía de Aristóteles sólo era una entre las filosofías producidas por la civilización antigua. Y que, gracias a las traducciones árabes y a autores como Tomás de Aquino (-1274), que a la asoció a la teología, acabó por dominar toda la cultura filosófica y científica de Occidente. Gassendi tenía confianza en un progreso del conocimiento humano a través de la observación y la experimentación. No hablaba de verdades absolutas en la ciencia, pero tampoco optó por un escepticismo, de hecho, no utilizó argumentos propios de la tradición escéptica para poner en tela de juicio la posibilidad de que existiera conocimiento, sino que empleó los argumentos de los escépticos como instrumento para criticar el dogmatismo y el carácter puramente verbal y cualitativo de la filosofía aristotélico-escolástica. Defiendió la experiencia como fundamento de los conocimientos humanos y observó que con el conocimiento humano no se llegaba a verdades absolutas o definitivas, sino a conocimientos perfectibles. En suma, que el objeto del conocimiento era el mundo de los fenómenos y no el de las esencias.

Por la misma época que las Exercitationes de Gassendi se publicaron numerosas obras declaradamente antiaristotélicas: el Novum Organum (1620) de Francis Bacon (1561-1626); y del mismo año las Exercitationes Philosophicae de David van Goorle (1591-1612) , obra que defiende una filosofía atomística; en 1621 el atomista francés Sebastian Basso publicó  Philosophia naturalis adversus Aristotelem y en 1623 de Galileo Galilei (1564-1642) publicó Il Saggiatore (el ensayador) , obra en la que se decidió por la teoría corpuscular de la materia.

Con todo este argumentario queremos destacar que la ciencia no se elaboró en un lugar determinado en el que en la entrada se pudiera leer Revolución Científica, ni siquiera que proyectada por un individuo concreto, aunque hubo personas verdaderamente decisivas a la hora de darle forma a la ciencia. La ciencia surgió de una concentración de ideas que giraban y se ponían a prueba en un remolino en el que se trataban de entender anti aristotélicos, atomistas, platónicos, matemáticos, magos, alquimistas, etc; en un ámbito social marcado por la iglesia y la tradición medieval en el que se produjo un proceso global, y muy complejo, de transformación social e intelectual.

Los primeros centros destacables en los que se aglutinó la ciencia moderna fueron las Academias Científicas. A continuación, destacaremos las primeras Academias desde su fundación hasta que estas instituciones tuvieron la capacidad de superar la labor iniciada por Marin Messene (1588-1648) y tener la capacidad de publicar sus actas o los descubrimiento de los académicos.

La primera la primera sociedad científica, fue fundada en Nápoles en 1560,  fue Academia Secretorum Naturae (Academia de los Misterios de la Naturaleza) y fue fundada por el noble napolitano  Giambattista della Porta (1535-1615), astrónomo, alquimista,  filósofo natural, Della Porta había publicado un libro de éxito Magiae naturalis libri IIII (1558), con el que consiguió una gran reputación en Europa como atestiguan las dieciséis ediciones tuvo en latín; las seis en italiano y las siete en francés. Los candidatos a su academia debían presentar algún descubrimiento nuevo de las ciencias naturales y en su academia se habló de astronomía, de  anatomía, de construcción de anteojos astronómicos, etc. Pero corrían malos tiempos para la magia natural, era  la época del Concilio de Trento (1545-1563), y sus actividades fueron objeto de una investigación eclesiástica cuya consecuencia fue que el papa Gregorio XIII clausurara la academia en 1578 debido al enfoque naturalista de della Porta sobre la brujería. Luego, en 1583, el libro figuró en el Índice de Libros Prohibidos de Madrid.

Veinticinco años después apareció la Accademia dei Lincei fundada en 1603 por el aristócrata de Umbría, hijo del duque de Acquasparta,  Federico Cesi (1585-1630), muy interesado por las ciencia naturales, sobre todo por la botánica. Este mecenas de las letras reunió en su palacio (que disponía de una gran biblioteca y de un jardín botánico) a una serie de personas estudiosas con las que fundó la academia, que reemplazó a la della Porta, cerrada por la Inquisición.

Los socios fundadores fueron: su `presidente: Federico Cesi,  Francesco Stelluti (1577-1652), erudito italiano que trabajó matemáticas, microscopía, y la astronomía; Anastasio de Filiis (1577-1608),  astrónomo y secretario de la Academia y Johannes van Heeck (1579-1620)  médico, naturalista, alquimista y astrólogo holandés. Más tarde se les unieron científicos de renombre internacional como Giambattista della Porta en 1610 (quinto lince) y en 1611 Galileo Galilei (1564-1642) (sexto lince). La academia realizaba publicaciones de las obras más relevantes de sus socios; se hizo cargo de la publicación del opúsculo sobre las manchas solares Sidereus Nuncius y de Il Saggiatore de Galileo, el cual se definió como Académico Linceo en todos sus libros.

En 1657 surgió en Florencia la, con el mecenazgo de Leopoldo de Medici la Accademia del Cimento (Academia del experimento). Tuvo ésta una vida breve (diez años) pero intensa y ostentó el lema Provando e riprovando (Intentando y volviendo a intentar). Integraban esta institución distinguidos científicos italianos, varios de ellos discípulos de Galileo.

Entre ellos figuraban el fisiólogo Giovanni A. Borelli (1608-1669) , autor del tratado De motu animalium (sobre el movimiento de los animales) y miembro destacado de la corriente iatromecánica en Italia; el médico poeta Francesco Redi (1626-1697); el anatomista y fisiólogo danés Niels Stensen (1638-1696);  el matemático Vincenzo Viviani (1622-1703) y el físico Lorenzo Magalotti (1637-1712), secretario de la academia  en 1667 que  redactó  publicó los Saggi di natural esperienze (Ensayos sobre experiencias naturales), que eran las actas de la corporación.

Tiempo después se crearon nuevas grandes academias científicas como la Royal Society de Londres, creada en 1660 y reconocida oficialmente en 1662, o la Académie Royales des Sciences fundada en París en 1666.  Cada una tenía sus propias publicaciones con sus propias publicaciones. La Royal Society publicaba Philosophical Transactions of the Royal Society  y  Académie Royales des Sciences  Journal des savants)

Hacia fines del siglo XVII, reconocía G. Leibniz (1646-1716), influido por la cantidad de noticias científicas que trasladaban las revistas a la comunidad, que la ciencia no era obra de un solo genio, ni siquiera de una escuela determinada, sino de una labor colectiva.

 

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