La economía convencional globalizada nos transmite una forma de ver el mundo muy particular a través del mercado y de la monetización creciente de todos los ámbitos de nuestra vida. Pero esta visión monetarista nos escamotea una realidad en la que estarían las “facturas” del trabajo pasivo o de alquiler que nos hace la Tierra, de la que proceden el cobijo, el consumo de los materiales y el uso de la energía que utilizamos.
En el siglo XVIII surgieron voces que alertaban sobre la limitación de los recursos y el peligro de su uso sin control. Th. Malthus (1766-1834) en su obra Ensayo sobre el Principio de la población tal como afecta al futuro progreso de la Sociedad (1798) relacionaba la velocidad de crecimiento de la población mundial con el crecimiento de la cantidad de los alimentos y materiales necesarios y llega a la conclusión sombría de que no habrá para todos. Este estudio se realiza en el momento en el que se vive el ambiente de la revolución francesa y el bienestar se iba a extender a una población más amplia.
Se vio la necesidad de mejorar el sistema productivo agrario, la extracción de las minar, mejorar la industria, etc. En este ambiente la termodinámica podía proporcionar una base científica a la orientación de la actividad humana y la localización de la riqueza. Los problemas que tenía planteados la sociedad estaban relacionados con la energía. Empezaba a atisbarse que el bienestar real se derivaba del uso de la energía necesaria para transformar los materiales obtenidos de la Tierra en bienes y servicios, lo que suponía un cambio copernicano con respecto a la economía monetaria tradicional.
La termodinámica con sus dos principios fundamentales, pero, sobre todo con el segundo, aportaba criterios racionales para la construcción de un sistema económico respetuoso con el medio ambiente, con la naturaleza e incluso de la vida social. El primero era el de conservación de la energía, pero el segundo, conocido como la ley de la entropía, expresaba que un sistema aislado evolucionaba espontáneamente de un estado más ordenado hacia otro más desordenado, más complejo y que los procesos naturales eran irreversibles.
La noción de irreversibilidad de un proceso nos señala, por ejemplo, que para volver al punto de partida (si fuera posible) habría que suministrarle energía desde fuera del sistema y también que en un proceso natural irreversible se produce una pérdida de la calidad de la energía, generalmente en forma de calor, lo que nos sugería que mediante la actividad humana también se perdía la calidad de energía. El segundo principio nos decía que siempre es más fácil destruir que construir y esto en economía, en política y en medidas económicas, como no se puede volver a la posición de partida, significa que hay que decidirse por acciones bien meditadas, en suma, experimentar con gaseosa.
La ciencia nos dice que el mantenimiento de la Tierra, en su estado actual, incluidas la vida humana y la del resto de los animales, se mantiene con cierta estabilidad gracias a la energía que procede del Sol y que es utilizada por los seres vivos a través de funciones como la fotosíntesis. En este sentido los seres vivos tenemos una relación con la energía análoga una máquina térmica. La termodinámica es una ciencia que permite relacionar la evolución de la de los seres vivos en general y del hombre en particular con la disponibilidad de energía eficiente para la vida. Teniendo en cuenta esta realidad física, tan dependiente de la energía solar, el comportamiento, las costumbres y leyes no deben ir contra los principios de la termodinámica.
Los problemas físicos de la humanidad y de la vida individual, como cualquier máquina térmica, son problemas energéticos. Hablando de energía consumo, de acuerdo con los principios de la termodinámica, no significa desaparición, sino que significa que la energía, o parte de ella, queda en un estado no utilizable para su uso posterior. Podemos esperar que toda la energía radiante recibida del sol tarde o temprano irá a parar a una situación no utilizable, cuando se llegue alcanzar una temperatura uniforme.
Desde mediados del siglo XIX ciertos científicos interpretaban los fenómenos termodinámicos combinado lo natural y lo económico. Así, el economista Stanley Jevons (1835-1882) planteó en su The Coal Question (1865) que el poder y el futuro de Gran Bretaña dependían del calor, pero, sobre todo advirtió que, consumiendo el carbón a ritmo creciente, lo que se hacía era dilapidar un capital natural irrecuperable, sin tener en cuenta ni el futuro ni a las generaciones venideras; y elaboró una teoría económica, more mecánico, como una mecánica del interés propio.
Las tesis de Jevons son citadas por los economistas como un precedente teórico de la explotación óptima de recursos naturales no renovables. Además, constituye también un intento de elevarse intelectualmente para entender y poder hacer predicciones sobre el porvenir de la sociedad. En esta dirección está escrita la obra del matemático alemán G. Helm (1851-1923) La doctrina de la energía (1887) en la que empleó el término de entropía social para describir una teoría sociológica que analizaba los comportamientos sociales mediante la segunda ley de la termodinámica.
Recordemos que la entropía en termodinámica es una medida de la energía no útil para producir trabajo en un sistema cerrado. Boltzman dio otra definición de la entropía, equivalente a la de Clausius, pero partiendo de la mecánica estadística que tenía el significado de que la entropía era la medida del desorden de las moléculas en un sistema cerrado.
La entropía es un concepto muy general que puede aplicarse a muchas cuestiones. Una de ellas es la economía. Cuando un sistema económico posee un gran desorden, producto de haber evolucionado libremente con escasas regulaciones, según el análisis de varios autores, sin la intervención de una dirección central la economía sería un caos. En consecuencia, en momentos de crisis financiera, es cuando aparecen los gobiernos con normas y regulaciones (a modo de introducida en un sistema aislado) aportando unas políticas que ayuden a solucionar los problemas.
El término ecología fue acuñado en 1866 por E. Häckel (1835-1919), que fue integrante notable del grupo pionero de lo que cien años después se llamaría economía ecológica. Señalaré unas ideas extraídas del Discurso de Apertura del Curso Académico 2001-2002 pronunciado en la universidad de La Laguna por catedrático de Bioquímica y Biología molecular Enrique Meléndez-Hevia
En la medida que la entropía mida el desorden de un sistema, en el caso de un sistema socioeconómico la entropía será un índice del desarrollo económico. A nivel individual, el azar y el desorden del desorden que implica el aumento de entropía, se puede expresar, por ejemplo, como las distintas posibilidades que tiene un ciudadano de gastar el dinero. En un país muy primitivo, al comienzo de su desarrollo sólo habría una forma de gastar: la subsistencia mínima (entropía cero), pero, a medida que progresa su economía, la gente gasta cada vez más dinero en cosas no esenciales; ese aumento de posibilidades en gastos superfluos indica el aumento de entropía propio del desarrollo socioeconómico. La entropía puede considerarse como la parte de energía (su equivalente) generada por un sistema, que se gasta en mantener su propia estructura, y que, por tanto, no es útil para producir trabajo.
Clausius hizo notar que, si bien la evolución de un sistema implica un aumento de entropía y que ese aumento será mayor cuanto más irreversible sea el camino por el que se ha producido esa evolución. Si el cambio pudiera realizarse de forma plenamente reversible, entonces el aumento de entropía sería el mínimo posible, ya que sólo se habría generado la entropía estrictamente necesaria para realizar el cambio de estructura. Pero, recíprocamente: cuanta más entropía genera un proceso más irreversible es su evolución. Cuanto más brusco sea un cambio se genera más entropía y se hace más difícil volver atrás.
En una empresa y, en general, en un sistema socioeconómico, su entropía intrínseca es toda su estructura administrativa, incluyendo su personal. En la administración de cualquier empresa, el aumento incesante de burocracia y de personal para atenderla no hace sino cumplir la ley del aumento de entropía. Las leyes de la termodinámica son inexorables y se cumplen en todos los terrenos, porque la física es una ciencia universal.
Las sociedades civilizadas deberían proponerse hacer leyes para frenar el aumento excesivo de entropía simplificando en todo lo posible el aumento de administración y burocracia, y tratando de hacerlo mínimo. Pero por lo general hacen lo contrario, dejándose llevar por la termodinámica—es decir, gobernando a la deriva. No perdamos de vista que si nos dejamos llevar por la termodinámica vamos dirigidos a la degeneración a la que inexorablemente tiende a conducirnos esa ley. Quienes tienen el poder en sus manos pueden acelerar ese proceso o controlarlo.
La entropía es un concepto delicado que requiere un equilibrio. Es malo un excesivo y rápido aumento de entropía, porque significa una degradación muy rápida de la naturaleza. Pero no toda la entropía que se genera es perjudicial. Por una parte, cuanta más entropía genere por unidad de tiempo la evolución de un sistema más potencia tendrá. Si la evolución de un sistema fuese absolutamente reversible, la entropía sería nula y sería un sistema inservible, muerto, porque no podría realizar trabajo. El dinamismo económico y el desarrollo de la vida obligan a producir mucha entropía, pero hay que controlar esa producción porque mucha degrada el sistema y si produce poca no podía realizar trabajo, en resumen, en economía, mucha entropía es mala, pero poca también.
La globalización produce una disminución violenta de entropía (reduce la dispersión del pequeño comercio y aumenta el orden) y, como tal, con ella se hace una oposición radical a la termodinámica. Pero una reducción tan grande de entropía sólo puede hacerse a costa de introducir en el sistema una gran cantidad de energía. En otras palabras: la globalización es muy cara. La bajada de precios al consumo que aparentemente produce es sólo una cuestión local, pero ese gasto tan grande de energía para organizar su burocracia interna obliga a producir un empobrecimiento mayor en el mundo. Aunque la segunda ley de la termodinámica dice que el universo evoluciona hacia un aumento continuo de entropía, teóricamente es posible que se produzcan disminuciones locales de la misma.
Como consecuencia podemos apuntar que los Gobiernos de todos los países desarrollados deberían de aprobar leyes contra la globalización si no quieren contribuir al empobrecimiento de los países menos desarrollados. No obstante, la entropía es un concepto tan delicado, tan sensible y tan fácil de incrementar desequilibrar, que lo ideal sería que los gobernantes dictasen leyes que permitiesen su aumento natural, pero sin acelerar su aumento en demasía y sin frenarlo bruscamente.