René Descartes (1596-1650) mantenía que todos los fenómenos naturales, tanto físicos como vitales, que no fueran de pensamiento inteligente podían explicarse mecánicamente. Como el movimiento y el comportamiento de la materia inanimada estaba gobernado por leyes mecánicas y opinaba lo mismo del funcionamiento y de la fisiología de las plantas y de los animales y, dado que los únicos entes que tenían pensamiento inteligente eran los seres humanos, se preguntó cuál era el atributo fundamental que diferenciaba al ser humano del resto de los animales y que le proporcionaba la inteligencia y concluyó que era aquello con lo que podía manifestarla y era el lenguaje con el que comunicaba sus acciones, pensamientos, sentimientos, etc.
Esta cuestión fue tratada por Descartes en la parte quinta del Discurso del Método (1637), donde, partiendo de la existencia de Dios y de la creación del mundo, formuló las leyes de la naturaleza. Este estudio está tratado también ampliamente en su obra póstuma El mundo o el tratado de la luz (1664) donde elaboró, a partir de la filosofía atomista, un corpus filosófico global con el que se podía hacer frente a la filosofía aristotélica. La propuesta de Descartes era que todos los fenómenos del universo se podían explicar a partir de la materia y movimiento sin apelar al concurso de fuerzas ocultas. Y, haciendo referencia a su sistema, decía en el Discurso:
“Hice ver, además, cuáles eran las leyes de la naturaleza; y sin fundar mis razones en ningún otro principio que las infinitas perfecciones de Dios, traté de demostrar todas aquéllas sobre las que pudiera haber alguna duda, y procuré probar que son tales que, aun cuando Dios hubiese creado varios mundos, no podría haber uno en donde no se observaran cumplidamente…Y aquí me extendí particularmente, haciendo ver que si hubiese máquinas tales que tuviesen los órganos y figura exterior de un mono o de otro cualquiera animal, desprovisto de razón, no habría medio alguno que nos permitiera conocer que no son en todo de igual naturaleza que esos animales; mientras que si las hubiera (máquinas) semejantes a nuestros cuerpos e imitasen nuestras acciones, tanto como fuera moralmente posible, siempre tendríamos dos medios muy ciertos para reconocer que no por eso son hombres verdaderos; y son: el primero, que nunca podrían hacer uso de palabras ni otros signos y componerlos, como hacemos nosotros, para declarar nuestros pensamientos a los demás, si bien se puede concebir que una máquina esté de tal modo hecha, que emita palabras, a propósito de acciones corporales que causen alguna alteración en sus órganos, como, verbi gratia, si se le toca en una parte determinada, que pregunte lo que se quiere decírsele, y si se le toca en otra, que grite de dolor, y otras cosas por el mismo estilo, no se concibe que ordene en varios modos las palabras para contestar al sentido de todo lo que en su presencia se diga, como pueden hacerlo aun los más estúpidos de entre los hombres; y el segundo (adaptabilidad y creatividad) que, aun cuando hicieran varias cosas tan bien y acaso mejor que ninguno de nosotros, no dejarían de fallar en otras, por donde se descubriría que no obran por conocimiento, sino sólo por la disposición de sus órganos, pues mientras que la razón es un instrumento universal, que puede servir en todas las coyunturas, esos órganos, en cambio, necesitan una particular disposición para cada acción particular; por donde sucede que es moralmente imposible que haya tantas y tan varias disposiciones en una máquina, que puedan hacerla obrar en todas las ocurrencias de la vida de la manera como la razón nos hace obrar a nosotros.”
Un referente de la línea mecanicista en el estudio de los animales fue el médico G. A. Borelli (1608- 1679); su obra principal De motu animalium (1680), el libro está dedicado a la reina Cristina de Suecia (1626-1689), la cual se encargó de su publicación tras la muerte del autor.
La primera parte de la obra la dedicó a la iatromecánica, también llamada iatromatemática (iatros-medicina), que consistía la aplicación de la mecánica y las matemáticas a la medicina. Borelli, con su gran conocimiento de la anatomía, elaboró una perfecta descripción de los movimientos corporales, basada en los principios de la mecánica racional. En la segunda parte se ocupó de la fisiología describiendo el funcionamiento de diferentes órganos como el corazón y el sistema circulatorio en general. La obra de Borelli ha sido objeto de brillantes estudios como el de Emilio Balaguer Perigüel titulado La introducción del modelo físico-matemático en la medicina moderna: Análisis de la obra de G. A. Borelli (1608-1679): De motu animalium.
Para Descartes la característica que nos diferencia a los seres humanos al resto de los animales es el lenguaje racional y esa es para él la característica fundamental de la inteligencia. Esta particularidad es una manifestación de los seres inteligentes, pero ¿es la única? Si la inteligencia se ha de definir mediante de las capacidades humanas, ¿qué competencias y habilidades se deben considerar para caracterizar la inteligencia?
En biología la inteligencia se asocia a la capacidad que permite a los seres vivos la adaptación para superar e incluso sobrevivir a nuevas situaciones y solucionarlas con éxito. Pero, esta inteligencia adaptativa de carácter innato se puede ver modificada cuando disponemos de una serie de conocimientos y habilidades aprendidas previamente que nos permitan encontrar la mejor solución a una situación novedosa. En suma, la educación que adquirimos con un conocimiento teórico, con la experiencia o con la situación emocional que tengamos seguramente influirá también en nuestras decisiones o respuestas a situaciones concretas. Por otra parte, podemos pensar si las respuestas inteligentes nos siguen pareciendo tan inteligentes en cualquier situación cultural o social que nos encontremos.
Dada la complejidad que supone caracterizar el concepto de inteligencia de forma completa intentando abarcar todos los aspectos, muchos autores, coincidiendo con Descartes, han considerado que el lenguaje es la característica más manifiesta de la inteligencia de los seres humanos y, además, es el vehículo con la que manifestamos nuestra inteligencia. El lenguaje, con el que expresamos conceptos, con el que manifestamos nuestra comprensión y adaptación a diferentes situaciones y mostramos creatividad es la base del reconocimiento de la inteligencia.
El Test de Turing es una prueba propuesta por matemático Alan Turing (1912-1954) en 1950, y es un el experimento para saber si un ordenador (una IA) tiene o no el nivel de inteligencia humana. Para ello se comparan las respuestas a las preguntas formuladas por un experimentador o juez desde un ordenador y a una persona y a una máquina.
La escenificación del test de Turing consiste consiste en una especie de juego de imitación. Un juez humano que se encuentra a un lado de una pantalla se sienta delante de un ordenador y establece una conversación con unos interlocutores desconocidos y ocultos que se encuentran al otro lado de la pantalla. La mayoría de los interlocutores serán humanos y uno de ellos será es un software que simula una conversación real con una persona. El software simulador contesta gracias a una interfaz que se construye frases con palabras clave extraídas de las preguntas del juez. Es lo que actualmente se conoce como un chatbot, que está diseñado con el propósito hacer creer al juez que es humano. Si el chatbot convence al juez de que es humano haciéndole creer que sus respuestas han sido contestadas por un humano, el software que simula la conversación real de una persona supera la prueba de Turing.
Hasta la fecha, ningún ordenador ha superado claramente la prueba de inteligencia artificial de Turing, aunque ha habido algunos convincentes. En 1966, Joseph Weizenbaum desarrolló un chatbot llamado ELIZA que estaba programado para buscar palabras clave en las preguntas de los jueces y emplearlas para dar respuestas convincentes, pero, aunque consiguió engañar a algunos jueces humanos no quiere decir que superaran el test de Turing.
En 2014 un chatbot logró convencer a un tercio de los jueces humanos de la Royal Society de que era humano. El algoritmo elaborado por tres programadores de San Petersburgo lo llamaron Eugene Goostman y decía ser un niño ucraniano de 13 años, por lo que tenía la ventaja para triunfar que se le toleraban algunos fallos en el inglés.
Todo lo expuesto pone de manifiesto la importancia que ha tenido y tiene el lenguaje natural para identificar la inteligencia humana.