EL PAPEL DE LAS HIPÓTESIS CIENTÍFICAS EN LA HISTORIA

Como primera aproximación diremos que una hipótesis es un conjunto de proposiciones, que se proponen para explicar la aparición de una serie de fenómenos que han sido observados. Realmente son suposiciones provisionales anticipadas que dirigen la investigación o propuestas aceptadas universalmente por referirse a hechos comprobados.

La etimología de la palabra hipótesis encierra su propio significado: procede del griego hipo, que significa por debajo y tesis que significa conclusión a la que se llega por un razonamiento. De forma más general consideraremos que una hipótesis es una suposición formulada a partir de unos datos que sirve de base para investigar unos fenómenos observables con el fin de hacer una argumentación plausible. Por lo tanto, los descubrimientos que se realicen en las investigaciones tomando como punto de partida la hipótesis, pueden estar o bien de acuerdo con ella en cuyo caso se seguirá manteniendo o pueden contradecirla en cuyo caso la desecharemos. Esta concepción de las hipótesis de mantenerlas mientras expliquen los hechos y rechazarla si los hechos la contradicen, se suele conocer como hipótesis cartesiana y se ha mantenido casi veinte siglos.

A lo largo de la historia las hipótesis han jugado papeles diferentes en las teorías.  En la filosofía aristotélica las hipótesis sobre la naturaleza pertenecían al campo de la metafísica. Una suposición metafísica era que todo el mundo sublunar estaba fabricado con los cuatro elementos (agua, tierra, aire y fuego) y esta hipótesis fue aceptada como base del para explicar los fenómenos físicos de forma racional. Los fenómenos del mundo físico eran los procesos propios de los cuatro elementos sometidos a generación y corrupción. (Aristóteles, Meteorológicos, libro I, 338a-339a ).

Pero frente a la hipótesis de los cuatro elementos había otra alternativa: el atomismo, que trataba de evitar las contradicciones del continuo matemático, que sugería una materia infinitamente divisible lo que era lógicamente inaceptable. La hipótesis atomista no era menos especulativa en el siglo IV a. de C.; postulaba que el mundo material estaba formado por átomos y vacío. Los átomos eran elementos simples, sólidos, indivisibles, eternos y en perpetuo movimiento, y se distinguían sólo por su forma, por orden en que se unían y por la posición que ocupaban.

En todo caso podemos afirmar que las hipótesis que fundamentaban la búsqueda del conocimiento en la filosofía griega eran difícilmente contrastables. Probablemente muchos filósofos griegos pensarían que, por ejemplo, que  el fuego o el agua representaban propiedades abstractas de la materia, que se manifestaban, pero que no eran directamente observables. En todo caso, la hipótesis de los cuatro elementos se aceptó durante muchos siglos porque era difícilmente refutable ya que ni dividiendo la materia en partes muy pequeñas, ni quemando o ni diluyendo aparecían los cuatro elementos aislados, pero la hipótesis se aceptada porque, aunque no fuera cierta, explicaba muchas propiedades del mundo circundante.

Además, las hipótesis de la filosofía griega carecían de valor predictivo de cara a anunciar la aparición de sucesos futuros.  Por esa razón, a veces, se mantenían hipótesis, manifiestamente distintas. para explicar algunos fenómenos. Esto ocurrió en astronomía con las hipótesis para interpretar el movimiento de los planetas.

El Sol y los planetas estaban a enormes distancias de la Tierra y los astrónomos desde la Tierra solamente podían observar sus movimientos y emitir opiniones, porque no tenían una idea, ni siquiera aproximada de la magnitud de esas distancias. Una prueba de las inalcanzables distancias fue que, Anaxágoras (500 – 428 a. C.) fue sometido a un proceso de impiedad por haber formulado ciertas atrevidas teorías astronómicas que colocaban al Sol muy cercano a la Tierra (Afirmaba, entre otras cosas, que el Sol no era un dios, sino una masa de fuego incandescente, algo mayor que el Peloponeso). Y en el siglo XVI, Tycho Brahe (1546-1601) observó, realizando medidas precisas, que el gran cometa de 1577 no era un meteoro, como se había creído durante cerca de veinte siglos, sino que orbitaba lejos de la Tierra, en el mundo supralunar.

Con estos datos no es extraño que, en determinadas etapas de la historia, no importara descubrir cómo se movían los astros realmente (en realidad era una tarea intelectual titánica y no observable) y sólo trataran de describir su movimiento aparente y realizar observaciones para hacer previsiones sobre sus apariciones en el cielo, observaciones que se utilizaban, fundamentalmente, para hacer predicciones astrológicas.

Esta indiferencia metodológica por el movimiento real de los astros durante la edad antigua, la edad media se extendió incluso entre astrónomos notables como Tycho Brahe (1546-1601).

La postura indiferente de los astrónomos griegos porque sus hipótesis se ajustaran al movimiento real de loa planetas puede verse en: https://vicmat.com/las-matematicas-la-astronomia-griega-la-cuestion-salvar-las-apariencias/

Las hipótesis en la astronomía griega comenzaron siendo un grupo de proposiciones o un esquema de imaginario sobre el movimiento posible de los planetas, que no se había verificado de forma experimental, pero, que una vez aceptadas, se empleaban para de predecir fenómenos celestes. Los tres sistemas astronómicos más extendidos fueron el geocéntrico o Ptolomeico, que situaba a la Tierra en el centro del universo del y los planetas girando a su alrededor; el heliocéntrico o copernicano colocaba al Sol en el centro del universo y los demás astros giraban su alrededor y el. En siglo XVI Tycho Brahe, intentando conciliar los dos sistemas, elaboró un sistema astronómico  parecido al geocéntrico tal y como se muestra en las figuras

Los tres permitían hacer predicciones precisas sobre el movimiento de los planetas, todos salvaban los fenómenos y no existían criterios o razones para tomar una decisión sobre cuál de ellos respondía a la realidad. En principio ninguno de ellos pretendía afirmar o negar que la verificación los sucesos anunciados indicaran algo sobre su verdad ontológica o material.

Pero N. Copérnico (1473-1543) en su De revolutionibus (1543) quería presentar ante la comunidad científica su sistema heliocéntrico como verdadero, porque pensaba que era el que realmente modelizaba el movimiento real de los astros en el cielo, pero su editor, A. Osiender (1498-1552), lo presentó como una hipótesis más para salvar las apariencias y como un sistema que facilitaba los cálculos. En el prólogo de la obra decía:

Divulgada ya la fama acerca de la novedad de las hipótesis de esta obra, que considera que la Tierra se mueve y que el Sol está inmóvil en el centro del universo, no me extraña que algunos eruditos se hayan ofendido vehementemente y consideren que no se deben modificar las disciplinas liberales constituidas correctamente ya hace tiempo. Pero si quieren ponderar la cuestión con exactitud encontrarán que el autor de esta obra no ha cometido nada por lo que merezca ser reprendido. Pues es propio del astrónomo calcular la historia de los movimientos celestes con una labor diligente y diestra. Y, además, concebir y configurar las causas de esos movimientos, o sus hipótesis, cuando por ningún medio racional puede averiguar las verdaderas causas de ellos. Y con tales supuestos pueden calcular dichos movimientos a partir de los principios de la geometría, tanto mirando hacia el futuro como hacia el pasado…. Está suficientemente claro que este arte no conoce completa y absolutamente las causas de los movimientos aparentes desiguales… Y si al suponer algunas [hipótesis] y ciertamente piensa muchísimas, en modo alguno piensa persuadir a alguien de que sean verdad, sino simplemente establecer correctamente el cálculo…Quizás el filósofo busque más verosimilitud, pero ninguno de los dos comprenderá o transmitirá nada cierto. A no ser que haya sido revelado por la divinidad….

Otras veces la hipótesis funcionan como una idea inspiradora, no formulada explícitamente, como una ficción que puede no responder a la realidad, pero que resulta lo que podríamos llamar, heurísticamente positiva, en la medida en que de ella se pueden deducir conclusiones verificables. Podría ser el magnetismo terrestre de Gilbert, la hipótesis oculta que la inspiración que motivó a Newton el suponer la existencia de la fuerza de gravitación universal, cuando no la había medido. Newton atacó este tipo de hipótesis. En opinión de A. Koyré (1892-1964) en su  Hypotheses non fingo se refiere a estas suposiciones; que significa para Newton: no hago uso de ficciones, ni utilizo proposiciones falsas como premisas.

Por último, Koyré indica un uso de este tipo de hipótesis ocultas en el caso de Newton  no en el marco de los Principia  (1687) sino en el de la Óptica (1704) . Entre 1671 y 1672 Newton realizó sus experimentos y observaciones sobre la luz con los que no pretendía descubrir su naturaleza, simplemente eran una serie de observaciones y experimentos sobre el espectro.

Con esos datos Newton podría haber formulado una la teoría corpuscular de la luz. Esa teoría no se habría aventurado como una hipótesis para salvar las apariencias, ni tampoco con intención de ponerla a prueba en el terreno de las refutaciones. De los datos empíricos obtuvo una explicación totalmente especulativa derivada de la experimentación. Koyré al respecto afirma en Estudios Newtonianos afirma:

Newton no niega que sus experimentos podrían explicarse por medio de varias hipótesis mecánicas. Esta es la razón por la que no ha propuesto ninguna hipótesis, sino que se ha limitado a la elaboración de una teoría que se ajuste estrictamente a lo que es demostrable -y ha sido demostrado- es decir, el vínculo indestructible entre el grado de refrangibilidad y color. Es del todo cierto que su teoría sugiere, e incluso hace probable, la naturaleza corpuscular de la luz. Pero esto es algo perfectamente legítimo: esta hipótesis, si se desea que sea una hipótesis, se formula como un resultado de los datos experimentales; no se presenta como demostrada, y no forma una parte integral de su teoría.

 

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