CAMINO HACIA LA CIENCIA: LA MITOLOGÍA, LA ASTROLOGÍA Y EL MÉTODO ARISTOTÉLICO

El descubrimiento de la naturaleza por el ser humano ha tenido diferentes niveles de comprensión y diversas interpretaciones de los hechos. El conocimiento de los fenómenos naturales por parte del hombre podía ir desde describirlos e informarse de su comportamiento, hasta tratar de descubrir las causas que los producían, las leyes que regían su evolución y predecir el desarrollo futuro de los mismos. Ha habido, a lo largo de la historia, diferentes tipos de explicaciones de los fenómenos naturales que han cubierto las expectativas y las aspiraciones de los seres humanos de alcanzar algún tipo de conocimiento.

Se acepta habitualmente en los comienzos de las primeras sociedades el hombre se acercaba al conocimiento de la naturaleza con una actitud entre la admiración, la sorpresa y la magia y se preguntaba por las tormentas eléctricas, las erupciones volcánicas, los terremotos o los incendios y acababa pensando que vivía en medio de una naturaleza inestable y antojadiza, que él no dominaba y que, necesariamente, debía estar estaba gobernada por una fuerza superior. Así nacieron las narraciones míticas para explicar el origen de los fenómenos y los diferentes dioses que gobernaban los diferentes cambios y medios como el mar, el fuego, la lluvia etc.

Una vez que se aceptaba la existencia de fuerzas externas que se comportaban con plena libertad y que comprender su comportamiento era inalcanzable para el entendimiento humano, apareció una colección de expertos, que eran una casta aparte de adivinos y magos que presumían de disponer de medios para adivinar a partir de unas señales la voluntad de los dioses o, al menos, la evolución de acontecimientos futuros. Uno de estos fue la astrología.

La astrología suponía un cambio importante respecto a las narraciones míticas, ya que permitía hacer predicciones y pronósticos de lo que iba a ocurrir observando la situación de las estrellas, del Sol y de la Luna en momentos concretos. Dejando de lado la arbitraria voluntad de los dioses y confiando el porvenir en la posición de los astros que influía en diversos momentos cruciales de la vida de una persona, de un pueblo y en las situaciones más dispares. La astrología y la observación de la naturaleza en momentos concretos permitían hacer predicciones sobre el porvenir, como se recoge en el Romance de Abenámar:

¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería,
el día que tú naciste grandes señales había!
Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace no debe decir mentira.

Pero, aunque las posturas mágicas y adivinatorias suponían un avance hacia la formación del método científico (en el fondo extraían conclusiones arbitrarias de observaciones y se aceptaba la intervención de la mente humana para interpretarlas), es indudable, que, tanto por la limitación de sus aciertos, como por la arbitrariedad de las hipótesis elegidas fue puesta desacreditada, puesta en entredicho y, aunque reyes, nobles y burgueses siguieron haciéndose cartas astrales y horóscopos, la confianza en los astrólogos se iba perdiendo a la vez que adquirían fama de farsantes en un largo proceso de veinte siglos:

Francisco de Quevedo (1580-1645) es escribió en el siglo XVII una cuarteta en la que recogía de forma brillante las dudas que generaban los vaticinios astrológicos:

El mentir de las estrellas
Es muy seguro mentir
Porque ninguno ha de ir
A preguntárselo a ellas.

Pero Quevedo señalaba desconfianza e incredulidad no solamente sobre si la observación de las estrellas era pertinente para predecir sucesos, sino también respecto al proceso que llevaba de la observación de los datos a la conclusión. Es decir, que mostraba dudas, e incluso rechazo, sobre el proceso que llevaba desde la observación a la elaboración del concepto asociado (que la observación de que Marte esté en oposición con Venus ¿significa que lucharás por el amor?, ¿la conjunción entre Saturno y Plutón anuncia desastres? ¿Es cierto que la conjunción Júpiter y Saturno en Acuario anuncia cambios importantes en la vida sobre la Tierra?).

Los griegos vieron insuficiente la explicación mítica de los hechos y las connotaciones religiosas que impregnaban los mitos. El contacto de los griegos con otras culturas les hizo observar diferentes costumbres, creencias y dioses; ese contacto les hizo cambiar la forma de ver la vida. Esto hizo que surgiera una pregunta ¿por qué la realidad era observada de forma diferente por distintas sociedades? La respuesta a esta pregunta suponía una reflexión sobre el conocimiento del mundo e implicaba un análisis de la racionalidad con la que el hombre investigaba y era necesario decidir cómo explicar una realidad que era común para diferentes culturas. Esta nueva visión implicaba una comunicación entre culturas, con argumentación lógica y una interpretación racional que no se podía hacer con creencias mitológicas diferentes y se debía articular con la palabra. Este proceso se ha denominado como paso del mito al logos, es decir, bajo el signo de la palabra, del pensamiento y de la razón.

Los filósofos presocráticos se inclinaron por partir de principios físicos observables Thales (624- 546 a. de C.) tomo como principio del mundo físico el agua, Anaxímenes (588-534 a. de C.) supuso que era el aire, Anaximandro (el apeiron) Anaxágoras (500-428 a. de C.) postuló como arjé, Empédocles (494-434 a. de C.) los cuatro elementos.

Una vez que se optó por una forma racional de estudiar la naturaleza, Aristóteles precisó las características debían cumplir las cosas sabidas. Para conocer algo había que dar las cuatro causas que lo generaban, pero alcanzar ese conocimiento no era fácil. Los sucesos físicos se mostraban, casi siempre complejos y era difícil llegar a conocerlos correctamente de forma que superara la simple observación sensible. El método aristotélico consistía en lo siguiente: cuando a un problema particular podía se le encontraba solución, había que tratar de relacionar ese problema con otros similares y observar las analogías existentes entre ellos. La visión conjunta de todos ellos podía hacer más comprensibles al considerarlos inmersos en un marco más amplio.

Esta idea se utilizaba cuando se formaban conceptos abstractos que englobaban muchas realidades observables, los conceptos de planta, árbol, perro, hombre, etc. El ejemplo más palpable de tratar de forma común varios problemas semejantes fue el tratamiento que dio Aristóteles al problema del cambio. Se encontró con el hecho de que no podía explicar el paso de una semilla a un árbol, ni la transformación de un niño en un anciano, sin embargo, ambos casos tenían algo en común si se consideraba la idea de ser en potencia y ser en acto.  De este modo, semilla era árbol en potencia y el niño anciano en potencia. El estagirita explicaba esta cuestión así:

“… tenemos que proceder desde lo que es menos claro por naturaleza, pero más claro para nosotros a lo que es más claro y cognoscible por naturaleza.  Las cosas que inicialmente nos son claras y evidentes son más bien confusas; sólo después, cuando las analizamos, llegan a sernos conocidos sus elementos y sus principios. Por ello tenemos que proceder desde las cosas en su conjunto a sus constituyentes particulares; porque un todo es más cognoscible para la sensación y la cosa en su conjunto es, de alguna manera, un todo, ya que la cosa en su conjunto comprende una multiplicidad de partes[1]

Aristóteles no pudo explicar del desplazamiento local de un objeto de un lugar a otro, las causas que mantenían una piedra lanzada en el aire[2], pero intentó dar una explicación basada en las causas. La filosofía de Aristóteles llegaba a unos principios generales con los que se podía abordar la explicación cuestiones particulares más difíciles de comprender, aunque no las pudiera explicar en sus pormenores.

Como consecuencia un físico aristotélico estudiaba la naturaleza de la siguiente forma: primero se fijaba en un problema particular que deseaba comprender y, si no lograba descifrarlo, es decir, no descubría sus causas, buscaba problemas análogos o una situación más general, en la que estuviera inmerso el problema y que admitiera una interpretación más fácil. Con este criterio metodológico un físico podía explicar el nacimiento de una oveja, la germinación de una semilla, la muerte de los seres vivos e incluso la erupción de un volcán con el principio general abstracto del paso del ser en potencia al ser en acto tal como hemos señalado anteriormente.

Esta visión global del conocimiento de los fenómenos naturales tuvo, entre otras consecuencias, que cada uno de los casos particulares fuera descrito con vaguedades y que el conocimiento de la naturaleza fuera puramente cualitativo y lleno de generalidades, sin preocuparse sobre el grado de adaptación de sus resultados a los casos particulares la realidad. No obstante, el conocimiento así obtenido tenía una estructura lógica impecable y raramente se podían contrastar con los hechos.

Por último se debe señalar que, sin resultados cuantitativos o de medida, era difícil decidir si las conclusiones de la filosofía aristotélica concordaban con la realidad, ya que proporcionaba una explicación racional del universo y de la naturaleza, perfectamente elaborada desde el punto de vista lógico y, además, prácticamente imposible de modificar sustancialmente desde dentro de la teoría, porque era difícil que se pudieran descubrir contradicciones en una construcción lógica tan elaborada. La limitación de la física cualitativa griega era que, con ese conocimiento de las cosas por sus causas, que proporcionaba, no era posible hacer predicciones sobre la evolución de los fenómenos. La física griega pretendía dar razón de las cosas, explicar lo que existía y cómo era en un momento dado.  Trataba de explicar lo permanente, pero no permitía hacer predicciones sobre la evolución futura de los acontecimientos.

[1] Aristóteles, Física, Ed. Gredos, 1995, pp. 83-84.

[2]La explicación aristotélica del movimiento de un proyectil, tenía que justificar cómo podía seguir moviéndose una piedra después que el móvil se hubiera separado de la honda que la lanzaba.  Aristóteles decía que el proyectil se movía porque el aire empujaba la piedra y la mantenía en movimiento. Pero Aristóteles no explicaba por qué el aire, en cierto momento, dejaba de impulsar el móvil y se paraba. Por esta fisura en la explicación se desarrolló la teoría del ímpetus, que mantenía que el medio no desempeñaba ningún papel en el movimiento de la piedra y la teoría fue desarrollada por figuras como J. Buridán (1300-1358) o N. de Oresme (1323-1382).

Víctor Arenzana Hernández

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