LAS LEYES DE LA NATURALEZA Y EL AZAR EN LA GRECIA CLÁSICA

En el lenguaje normal entendemos que un suceso se ha producido al azar cuando ha aparecido de forma no previsible, sin propósito aparente ni causa conocida. Son los sucesos que, en principio, no pueden ser explicados mediante el método científico habitual, cuyo modelo paradigmático de este método es la mecánica newtoniana.

El diccionario de la Lengua Española, define el término azar como casualidad o caso fortuito y añade que, cuando algo se ha producido al azar, significa que ha aparecido sin rumbo, ni orden. Un suceso producido al azar se denomina aleatorio y no puede determinarse ni predecir su aparición antes de que se haya producido.

El reconocimiento de los sucesos que ocurren   al azar es difícil, de hecho, uno de los problemas fundamentales al analizar un fenómeno complejo y desconocido es poder determinar si se ha producido por el puro azar o si está gobernado por una ley o regularidad desconocida para nosotros.  En este sentido H.  Poincaré (1854-1912) decía que el El azar no era más que la medida de la ignorancia del hombre, queriendo representar, entre otras cosas, que, cada vez que se descubría una ley física, se ampliaba nuestro conocimiento del mundo y, simultáneamente, se le arrebataba una parcela al mundo del azar.  

La mitología griega tenía una representación del azar en Tiqué, la diosa de la fortuna.  Esta deidad era hija de Zeus y tenía el inmenso poder de decidir, de forma caprichosa e irresponsable, la suerte de las personas y de las colectividades. Tiqué gobernaba el azar, el destino o la fortuna y aparecía en la tragedia griega como la fatalidad y el destino implacable hacia el que avanzaban las cosas y, además, tenía tanto poder que ni el propio Zeus podía cambiar, la senda del destino señalado por ella.

Por todo apuntado se puede decir que los efectos del azar son imprevisibles, irregulares y no descriptibles mediante las leyes físicas como las que se utilizan en la ciencia. Incluso se puede ir más lejos: el azar no tiene leyes (al menos como las de la ciencia), porque un  azar regido por unas leyes precisas dejaría de ser azar y tendría razón Poincaré cuando afirmaba que el azar era la medida de nuestra ignorancia.

Desde la antigüedad el azar ha sido un concepto sobre el que han elucubrado grandes filósofos en muchas ocasiones. Demócrito de Abdera (s.V a. de C.), en su teoría sobre la naturaleza, formulaba la hipótesis de un universo formado por átomos y afirmaba que todo lo que ocurría en el mundo se producía por el movimiento de los átomos, por su acumulación o por el tipo de los mismos. Demócrito admitía una causalidad mecanicista en la que todo sucedía por los choques de los átomos en su eterno movimiento. Demócrito no necesitaba postular la existencia de ninguna causa externa para explicar la existencia del movimiento atómico, ya que para pensaba que movimiento formaba parte de la esencia de los átomos. La visión de Demócrito se diferenciaba notablemente de la de Aristóteles (384-322 a. C.), porque no echaba mano del primer motor inmóvil aristotélico que fuera la causa inicial del movimiento de los átomos en el vacío.  Por otra parte, como el movimiento de los átomos formaba parte de su propia naturaleza, tampoco buscaba la causa del movimiento particular de cada átomo. Por consiguiente, como no había una causa externa del movimiento de los átomos, tampoco había una necesidad, ni una finalidad o un para qué del su movimiento, puesto ese movimiento de los átomos era eterno. La necesidad y el azar, en Demócrito implicaban la falta de una finalidad cósmica o de una causa inteligente y planificadora. Lo que significaba señalan un punto de vista ateleológico.

Epicuro (341-270 a. C.), siguiendo la teoría atomista, dio un paso más. Para él los átomos se movían de forma aleatoria y habían existido siempre el todo fue siempre tal como es ahora, y siempre será igual. Además, para garantizar la libertad que defendía su filosofía y evitar un movimiento regular que dimanaba del atomismo tal como lo formuló Demócrito y con la finalidad de evitar el determinismo en el movimiento   introdujo el azar en el movimiento de los átomos, llamado clinamen, que consistía en una desviación impredecible en la caída homogénea de los átomos en el vacío, con lo que se producía una alteración en la cadena de las causas y efectos, con lo que el determinismo quedaba excluido, la libertad del hombre quedaba justificada y el azar penetraba en el fondo de los procesos naturales.

Aristóteles rechazó el atomismo de Demócrito, porque  consideraba que no era posible elaborar un análisis que nos llevara hasta estos hipotéticos constituyentes últimos de la materia y, en lugar de aceptar de forma apriorística la existencia de átomos de materia, Aristóteles, explicaba las propiedades de los cuerpos partiendo de unos conceptos que podía analizar el hombre con su pensamiento, tales como los de materia y forma, y las cuatro causas. El estagirita afirmaba que, hasta los cuerpos más simples, incluidos los cuatro elementos, podían ser divididos y podían sufrir alteraciones, unas variaciones serían circunstanciales y otras que podían suponerles cambio esencial (el agua podía transformarse en vapor).

Aristóteles reconoció la existencia del azar con ciertas limitaciones y admitiendo la accidentalidad que implicaban indeterminación en el mundo físico y se enfrentó a los que crecían que todo se había generado por casualidad y los que afirmaban que la suerte era una causa, aunque la suerte tenía algo divino y tan demoniaco que la hacía inescrutable al entendimiento humano (Fís.II, 4, 196b).

Aristóteles acotó el espacio de la indeterminación o del azar estableciendo la causa final; es decir, entre distinguiendo entre los fenómenos que sucedían para algo y los que no; de otro modo: entre los que están sujetos a leyes y tienen una finalidad y los demás (Fís.II, 5, 198b). El azar en la filosofía del estagirita quedaba limitado al conjunto de los procesos carentes de finalidad, frente al orden finalista que para él tenían de los procesos naturales (Fís.II 8, 199a). Según la física Aristotélica, todo lo que sucedía por naturaleza, estaba impulsado por sus causas y se verificaba en la mayoría de los casos, lo que no sucedía en los hechos debidos a la suerte que tienen resultados diferentes.

Incluso en aquellos hechos que carecían de finalidad, como era el caso del color de los ojos en la especie humana, no son fenómenos antinaturales, sin leyes o producidos por el azar, sino que eran realidades no regladas cuyas causas eran indeterminadas. Aristóteles examinó detenidamente el azar en la causación accidental que alteraba el resultado de las cosas gobernadas por leyes y tenían una finalidad, ya que sólo cuando podemos señalar finalidad sobre un cierto espacio de racionalidad y necesidad se podía asegurar que la indeterminación y el azar se manifestaban como anomalías en la consecución del fin.

También analizó el azar en el caso de la suerte. Según Aristóteles la suerte podía ser considerada como una causa en aquellas acciones cuyo resultado no era la finalidad de las mismas. Podemos decir que la suerte no es la causa del resultado de la acción, pero que podría haberla sido, es decir, no constituye un producto del fin de su acción, sino que su causa es fortuita y debida a la esa suerte, pone un ejemplo: Así, cuando uno va  a la plaza y encuentra a quien deseaba, pero no se esperaba encontrar,  ellos pretenden que la causa es haber querido ir a la plaza por determinados asuntos y otros se lo atribuyen a la suerte (Fís.II 4, 196a).

La casualidad se diferencia de la suerte, sobre todo, en las cosas generadas por naturaleza; pero cuando resulta algo contrario a la naturaleza en un fenómeno, no decimos que se ha generado fortuitamente o por suerte, sino por casualidad. Pero existe otra diferencia, la causa de un resultado casual es externa, mientras que en la generación contra la naturaleza es interna (Fís.II 6 197b).

La suerte puede ser considerada como causa accidental en los casos en los que las cosas que en sentido absoluto llegan a ser para algo y el resultado no es aquello para lo cual llegan a ser algo. Es decir, cuando en lo que está dispuesto por naturaleza para una cosa no se cumple y se da aquello para lo cual está naturalmente dispuesto (Fís.II 6, 197b22-27).

Cuando estas causas o principios no naturales actúan hacen que la cosa no sea por naturaleza sino por accidente y que las propiedades adquiridas por la actuación de una causa indeterminada no sean conforme a la naturaleza. (Fís.II 1, 192b).

La accidentalidad afecta, de manera general, a las causas de las cosas y no a su configuración o comportamiento, es decir, hace referencia a una relación con respecto de lo causado que, en virtud de distintos factores, puede ser en unos casos por sí y en otros por accidente, pero no a lo causado mismo, no al efecto producido.

De ahí que, aunque sea una causa indeterminada la que actúe, ésta sólo podrá dar lugar a lo que naturalmente o artificialmente también podría ocurrir. Aristóteles limita también las posibles interacciones entre los cuerpos físicos al señalar que no hay ninguna cosa que, por su propia naturaleza pueda actuar de cualquier manera sobre otra cosa cualquiera al azar o experimentar cualquier efecto de cualquier cosa al azar, que cualquier cosa no puede llegar a ser cualquier cosa (Fís.I 5, 188b).

Víctor Arenzana Hernández

 

 

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