“Los dioses ocupan las regiones más altas, los hombres las más bajas, los demonios la del medio… Ellos poseen la inmortalidad del cuerpo, pero tienen pasiones de la mente en común con los hombres”. San Agustín (La ciudad de Dios, libro VIII)
La palabra demonio procede del griego daimon, que se latinizó como daemonium. Al principio los demonios pertenecían a un grupo de divinidades menores con una función en el mundo terrenal semejante a la de las ninfas, los sátiros o los faunos y no estaban calificados moralmente, de buenos ni de malos hasta que no los adoptaron las religiones.
En la antigüedad se creía que había unos demonios que protegían el ganado, otros que cuidaban de las fuentes y, para Hesíodo (s. VIII a. C.), eran las almas de los muertos que se ocupaban del cuidado de los vivos. El demonio de P. S. Laplace (1749-1827) pertenece a uno de estos tipos de diablos emparentados con los demonios clásicos ajenos a cualquier concepción religiosa. Es un ser de cualidades extraordinarias que supera las capacidades humanas en algún aspecto concreto, pero sin poderes sobrenaturales con la función de poder adivinar el futuro y describir el pasado a partir de los principios y métodos la ciencia.
El demonio de Laplace, en cierto modo, era una representación de optimismo y de la fe en el poder predictivo de la ciencia que partió de la Mecánica de Newton, la cual, a partir de los datos observacionales y al empleo de las matemáticas, podía hacer predicciones sobre la aparición de fenómenos futuros. Además, pronto se comenzó a aceptar que el método científico newtoniano podía extenderse a los demás saberes. Muchos filósofos, pensadores y científicos pensaban que el Universo entero estaba gobernado por unas leyes parecidas a las de Newton y que el futuro podía ser previsto mediante leyes científicas. En este contexto, si el mundo estaba gobernado por unas leyes fijas e inexorables, todo lo que iba a suceder estaba escrito y determinado desde el principio de los tiempos.
El éxito predictivo de la Mecánica de Newton y la imagen de un mundo gobernado por unas leyes fijas de carácter matemático hizo que muchos científicos se imaginaran que todos los fenómenos de la naturaleza, incluido el comportamiento humano, obedecían leyes parecidas a las Leyes de Newton y que todo los lo que pudiera ocurrir en el mundo se podría predecir y explicar a partir de ellas mediante desarrollos matemáticos. Laplace era consciente de que eso no se podría hacer en la realidad por la complejidad de los cálculos, pero lo que le parecía indudable es que el mundo estaba gobernado por las leyes de Newton.
Para superar la impotencia humana y poner de manifiesto la potencia de las leyes matemáticas inventó, en su Mecánica Celeste (1799-1825), un personaje maravilloso con una inteligencia prodigiosa que se conoce como demonio de Laplace. Era un portento imaginario que superaba las capacidades humanas de observación y de cálculo y que conociera todas las leyes que gobernaban el comportamiento del mundo.
El demonio debía ser una mente que conociera las leyes de la física que gobiernan la evolución temporal del universo, que tuviera la potencia de cálculo necesaria para aplicar estas leyes a la ingente cantidad de datos que poseá sobre el presente y que fuera capaz de resolver las ecuaciones matemáticas de Newton. Con esas capacidades el demonio podría determinar con toda exactitud el estado y el comportamiento del sistema que desee analizar en cualquier momento del pasado o del futuro.
Laplace dice expresó esta idea en su libro Essai philosophique sur les probabilités, publicado en 1814.
«Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado y la causa de su futuro. Se podría concebir un intelecto que en cualquier momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza y las posiciones de los seres que la componen; si este intelecto fuera lo suficientemente vasto como para someter los datos a análisis, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y del átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente sus ojos.”
Esta cita refleja la postura que se conoce como determinismo científico y fue la postura filosófica de la mayoría de los físicos hasta principios del siglo XX.
Una de las consecuencias de esta forma de pensamiento es que el libre albedrío no puede existir, ya que todo lo que vayamos a hacer está determinado previamente por las inexorables leyes del Universo. Sin embargo, hacia finales del siglo XIX, algunos físicos y matemáticos comenzaban a darse cuenta de que existía una clase de sistemas deterministas no lineales que en la práctica eran impredecibles (Problema de tres cuerpos)
En la actualidad el determinismo científico no se acepta. Otras teorías científicas como, la teoría del caos, demuestran que un sistema complejo puede comportarse de manera impredecible y la Mecánica Cuántica ha demostrado el comportamiento no determinista de sistemas microscópicos.