Ya Aristóteles, en su tratado De anima, hablaba del alma como un concepto no material que era el principio de la vida. En su filosofía las almas no tenían sentido sin el cuerpo, ya que el cuerpo era la forma (aristotélica) del alma. Con esa consideración el alma no era una entidad separada de la materia, sino que era algo natural e inseparable de los seres vivos.
Pero, mientras que para Aristóteles el alma y cuerpo eran dos entidades fundidas en una misma cosa, como la estatua estaba unida al mármol, para el vitalismo, la esencia del ser vivo no se ubicaba en la materia. El elemento que marcaba la diferencia entre un ser vivo y un objeto inanimado era aquello que el filósofo francés Henri Bergson (1859-1941) llamó élan vital (fuerza vital), que era un impulso no material que aparecía y no podía explicarse ni desde la química ni desde la física.
R. Descartes (1596-1650) fue el primer filósofo que separó, aunque de manera algo incompleta, una parte material del hombre de la parte abstracta o espiritual. Descartes diferenció en el hombre entre res extensa o extensión, que era la característica esencial de los cuerpos de ocupar el espacio, y res cogitans o materia pensante (que sólo atribuía a los seres humanos), que era de las mentes y del conocimiento Descartes identificó el pensamiento con el hecho de ser consciente de y con las diferentes formas de pensamiento tales como, la voluntad, los sentimientos, los recuerdos… Con estas definiciones separó de la pura materia, una parte abstracta que era el pensamiento. Pero para Descartes el pensamiento era un atributo exclusivo de los seres humanos y no es lo mismo que la vida ni es el origen de la misma. Para Descartes el ser humano sería una dualidad compuesta de alma y cuerpo y piensa que de la naturaleza del hombre está escindida en dos sustancias diferentes que podían existir de forma separada e independiente. Porque, para él, el cuerpo era, de hecho, un autómata dotado de puro movimiento mecánico; su comportamiento sería semejante al de las máquinas y estaría regido por las leyes de la mecánica y en el caso de los animales no inteligentes por su instinto, impreso en su naturaleza inmutable. Mientras que el alma, era una sustancia pensante (res cogitans), que tenía el atributo del pensamiento y, por tanto, a imagen del Dios, la sustancia espiritual, sería una indivisible e infinita.
Descartes creía que el principio de la vida se encontraba en el cuerpo y no en el alma, o sea que la vida se reduce a la mecánica. Y el alma será pensamiento, pero no vida. La comunicación entre el yo-alma y el cuerpo-máquina en Descartes es bastante problemática. El filósofo francés admite que el papel del alma es fundamental , pero al localizar su sede principal en el centro del cerebro –concretamente en la llamada «glándula pineal»– se vió obligado a explicar cómo funcionaba el mecanismo de interacción entre dos sustancias tan dispares, y a explicar en obras posteriores, como Las pasiones del alma (1649), una unión entre el alma y cuerpo más estrecha de la inicialmente planteada. Descartes propuso una explicación claramente mecanicista basada en las teorías de la circulación de la sangre de M. Servet (1509-1553) y W, Harvey (1578-1657), diciendo cómo los «espíritus animales», producidos en el corazón, circulaban velozmente por todo el cuerpo mezclados con la sangre e impulsados por el corazón llegaban al cerebro, donde ejercían una presión sobre la glándula pineal, que respondía a la sensación en forma de movimiento del cuerpo.
En Pasiones del Alma (1649), dice que no varía en absoluto la naturaleza del organismo material que tiene unido por voluntad de Dios. Si se pudiera separar el alma de un cuerpo humano, se comprobaría que este cuerpo seguiría viviendo como antes o como mínimo cumpliría con toda normalidad cuantas funciones dependen de él mismo, suficientes para mantenerlo sano y próspero, para concluir, no es porque el alma abandona el cuerpo la razón por la cual el cuerpo se extingue, sino porque el cuerpo perece es por lo que el alma lo deja.
Con lo que queda expresado claramente que la inteligencia humana (res cogitans)-y el alma humana que la contiene- se relacionan con la materia, pero son independientes, es decir que el alma y el impulso vital no eran materiales. Pero esta independencia claramente racionalista sería claramente cuestionada por la experiencia.
En 1869, el médico suizo J. F. Miescher (1844-1895), mientras examinaba la composición química de los leucocitos del pus de entre las vendas quirúrgicas en la Universidad de Tubinga, identificó y aisló nueva una sustancia del núcleo celular que tenía una composición química rica en fósforo y nitrógeno, diferente de las proteínas y a cualquier otro componente conocido hasta ese entonces.
Para separar los núcleos del citoplasma celular sometió a los desechos quirúrgicos mezclados con alcohol caliente y un fermento presente en el jugo gástrico, a la acción de una fuerza centrífuga y el resultado fue el aislamiento de los núcleos que finalmente los analizó. Dado que la sustancia estaba directamente vinculada con el núcleo celular la denominó nucleína. Más tarde sería rebautizada como ácido nucleico y después como ácido desoxirribonucleico (ADN).
En la misma época G. Mendel (1822-1884) experimentaba con sus guisantes. presentó sus trabajos en las reuniones de la Sociedad de Historia Natural de Brno, en 1865, y aparecieron posteriormente con el título Experimentos sobre híbridos de plantas en 1866 en las actas de la Sociedad. Tanto los resultados de Mendel como de Miescher tuvieron escasa repercusión en su momento.
En el proceso de relación del ácido nucleico con y la herencia genética hay una cantidad ingente de descubrimientos, de delicados experimentos y que ilustran las más bellas páginas de la ciencia investigaciones que llenan la historia de la biología del siglo XX, pero como se trata de describir dónde se encuentra la vida, describiremos a grandes trazs el experimento de Frederick Griffith (1879 – 1941).
La localización de la vida se iba a encontrar en el ADN como refleja el experimento de Frederick Griffith (1879 – 1941). Griffith identificó el material genético mientras intentaba desarrollar una vacuna contra la neumonía. Demostró que las bacterias Streptococcus pneumoniae podían transferir información genética. Consiguió provocar la transformación de una cepa de Streptococcus pneumoniae no patógena en otra mortal.
Cultivó dos tipos de bacterias relacionadas que denominó R y L: las bacterias R formaban colonias de bacterias con bordes bien definidos y un aspecto rugoso. Estas bacterias no eran virulentas, cuando se inyectaban a un ratón no producían enfermedad.
Las bacterias L formaban colonias con una envoltura redonda y lisa. Esta envoltura las protegía del ataque del sistema inmunitario del ratón, por lo que, cuando se inyectaban a un ratón, le provocaban la enfermedad y moría.
El experimento consistió en lo siguiente:
Paso 1.- Griffith observó (como era de esperar) que cuando inyectaba a los ratones bacterias L muertas, éstos no enfermaban. (Las bacterias S habían muerto por haber sido sometidas a altas temperaturas)
Paso 2.- Combinó las bacterias L muertas, que se habían mostrado inofensivas con las bacterias R, que no provocaban la enfermedad y se inyectaron en un ratón. El ratón desarrolló neumonía y murió. Pero, además, cuando Griffith analizó la sangre del ratón muerto observó que contenía bacterias L vivas.
Griffith concluyó que las bacterias L muertas por calor, mantenían un principio transformante que había cambiado la naturaleza de las bacterias R y las había transformado en bacterias de cobertura lisa S y haberse vuelto virulentas.
concluyó que las bacterias de la cepa R debían haber tomado lo que él llamó principio transformante de las bacterias L muertas por calor, que les permitió transformarse en bacterias con cobertura lisa y volverse virulentas.
En todo caso cepa virulenta, L, a pesar de estar muerta por calor, mantenía su material genético intacto y las bacterias R, había incorporado el material genético de las bacterias S muertas y lo expresa produciendo la envoltura. La vida el factor que había permitido resucitar las bacterias S estaba en el ADN, en la materia (res extensa) y no procedía de un ser vivo como tal.
La vida se encontraba en aquella materia que no moría cuando moría el cuerpo.