Aunque el comienzo de la ciencia moderna es un fenómeno difícil de fijar con plena precisión en la historia, podemos partir de la hipótesis útil de que apareció en el comienzo del siglo XVII y , de modo particular en 1600, cuando Giordano Bruno (1548-1600), astrónomo, filósofo, matemático y tenaz adversario de la Iglesia y de la escolástica fue quemado vivo en Roma por la Inquisición tras ocho años de cautiverio.
Es cierto que dejamos de lado publicaciones de tanta repercusión y trascendencia en astronomía como el De Revolutionibus (1543) de Copernico o, en anatomía, obras como la Fábrica (1543) de Vesalio (1543), obras que, además, gozaron de una difusión enorme debido la invención y desarrollo de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg a mediados del siglo XV, pero destacaremos las aportaciones de este filósofo napolitano por presentar una ruptura radical con la tradición escolástica y aportar una doctrina amplia y estructurada capaz de enfrentarse a los constructos abstractos al uso.
Los argumentos filosóficos de Bruno partían del sistema copernicano que situaba al Sol en el centro del mundo, al que Bruno añadió nuevas hipótesis: Consideró que el Sol no permanecía inmóvil, sino que cambiaba de posición respecto a las estrellas y que la atmósfera de la Tierra giraba con ella. La teoría de Bruno, que suponía un desarrollo del sistema de Copérnico y estaba claramente en contra de la astronomía Ptolemaica, mantenida por la iglesia, de que la Tierra, quieta, ocupaba el centro de Universo. Indudablemente fue un golpe fuerte para las concepciones establecidas. Pero la principal idea de Bruno fue considerar que en el universo estaba formado por un conjunto innumerable de mundos, de sistemas solares. semejantes a nuestro sistema planetario, quizás habitados por personas como nosotros. Esta idea tuvo gran importancia en el desarrollo de la concepción científica del mundo y se abría a nuevas especulaciones teológicas sobre cómo serían los habitantes de esos otros mundos, si el hombre fue hecho de barro y creado a imagen y semejanza del Dios.
Bruno aventuró la idea de la evolución de los mundos; la tesis de los cambios geológicos de la Tierra. Además, exigía que el conocimiento de la naturaleza debía ser científico, práctico y empírico y rechazaba con vehemencia el saber escolástico, lleno sus definiciones abstractas y de palabrería hueca alejada de la realidad. Añadía que la razón humana debía jugar un papel esencial no aceptando ideas preconcebidas ni impuestas a priori, así como abordar la tarea de descubrir las leyes que regían el comportamiento de la naturaleza.
Estos presupuestos tan radicales, tan separados del saber abstracto y de las concepciones escolásticas que se impartían en las universidades, se fueron forjando lentamente, desde el siglo XIII. Se caracterizaron, por intentar alcanzar el conocimiento mediante la razón, alejándose de la fe y de las ideas preconcebidas. Estudios que se interesaron por el estudio del hombre, no como caminante por un valle de lágrimas intentando ganar la vida eterna, sino que pasaron a considerar la realidad de ser humano desde un punto de vista racional, desarrollando un modo de contemplar su realidad desde el punto de vista moral, social y de su relación con la naturaleza de la que formaba parte. No es casual, que después de unos tiempos de oscurantismo religioso y de imposición de la fe sobre la razón, surgieran hacia el siglo XIII pensadores que volvieran la vista hacia la filosofía griega para comprender fijar los principios de la existencia humana con preguntas como: ¿Quiénes somos?, ¿de dónde procedemos? ¿qué hacemos aquí?, ¿hacia dónde vamos? Preguntas como estas son las que se plantearon los humanistas del siglo XVI, que son análogas trataron de responder los griegos y otros pensadores anteriores cuando se dispusieron a reflexionar sobre el ser humano y la naturaleza sin ideas preconcebidas y sin presiones externas.
Lo que conocemos como humanismo no es una teoría filosófica concreta; tampoco es un concepto estático y acabado que quede plenamente consolidado en un momento de la historia, es una postura racional que mantiene el ser humano ante los propios seres humanos, la naturaleza y la sociedad, que se desarrolla en el tiempo y va configurando unos valores que le proporcionan un modo de contemplar la realidad del ser humano desde el punto de vista moral, social y de su relación con la naturaleza.
Por estas razones, pensar que el Renacimiento que se produjo en Europa occidental entre los siglos XV y XVI, fue la base del humanismo actual es una visión reducida de la historia y del humanismo. El antropocentrismo de Leonardo Da Vinci, el heliocentrismo de Copérnico, la ruptura de Vesalio con la tradición de Galeno, gracias a la observación minuciosas dieron cuerpo a al humanismo en esa época y constituyeron herramientas fundamentales que utilizó el ser humano en la lucha contra el precepto medieval del dominio de la fe sobre la razón.
Podemos observar manifestaciones humanistas de cara a liberar el pensamiento humano de la imposición de la fe desde el siglo XIII. Así:
Dante Alighieri (1265-1321), separó los misterios de la fe de los principios de la razón, en un momento en que las luchas entre la Iglesia y el Imperio (güelfos y gibelinos) impedían un verdadero desarrollo económico y social de las ciudades. En su libro Monarquía, Dante atacó el Derecho Decretal que el papado había puesto como fundamento de sus acciones. Y en la Divina Comedia, Purgatorio, XVI dice:
“.. De hoy más puedes decir que la iglesia de Roma, por querer abarcar las dos potestades, ha caído en el cieno, manchándose ella misma y manchando a su propio gobierno”
Argumentando que al eclesiástico al que solo la Sagrada Escritura podía concederle su poder y no los decretos realizados por reyes o emperadores, diciendo que ni Constantino podía enajenar la dignidad del Imperio, ni la Iglesia recibirla
Francesco Petrarca (1304-1374 fue el gran poeta de referencia del Renacimiento italiano y creador de nuevas formas poéticas. En su Cancionero aportó a la poesía su concepción humanista, con la que intentó armonizar el legado grecolatino con las ideas del cristianismo. En su poesía expresaba temas como el amor, la melancolía, la nostalgia o la naturaleza e influyó significativamente en la poesía posterior y en la concepción del individuo en la literatura.
Giovanni Boccaccio (1313-1375) Siguió la estela de Petrarca en la recuperación de la cultura clásica, la crítica literaria y fue un firme defensor de la escritura en lengua vernácula.
Pico Della Mirandola (1463-1494) Es famoso su Discurso sobre la dignidad del hombre, que ha sido llamado el Manifiesto del Renacimiento. Situando al hombre en el centro del Cosmos.
La nómina de autores sería humanistas sería interminable, casi todos luchadores para liberarse del yugo de las ideas impuestas, defensores del uso libre de la razón y dispuestos a aceptar el pensamiento racional, se parado de las verdades impuestas por fe. En suma, aceptar un conocimiento inductivo, adquirido por los sentidos y no el conocimiento deductivo emanado de unas verdades a priori no aportadas por la experiencia ni por el sentido común.
Acabaremos con Erasmo de Róterdam (1466-1536) que elaboró una colección de proverbios clásicos, Adagiorum collectanea (1500). afirmando que la sabiduría que se encontraba en los escritos cásicos sólo era, una fuente constante de inspiración en sus obras, sino también modelo de renovación. Tomás Moro (1478-1535), que es su Utopía representa un humanismo cristiano que considera al hombre en un constante deseo de ser mejor por el cultivo de las virtudes tanto humanas como sobrenaturales. Finalmente N. Maquiavelo (1469-1527) centro sus estudios en la realidad humana, que denomino realidad efectiva, tratando de descubrir las leyes de la naturaleza pera mejoran la situación del hombre. Cuando aplicó algunas conclusiones al poder social y político estando al servicio de la República Florentina, adquirió una gran experiencia en cuestiones sobre la toma de decisiones y formuló la famosa máxima: el fin justifica los medios.
Los ciudadanos actuales tenemos la sensación de que, a diferencia de las humanidades, la ciencia es la responsable de la evolución de nuestro mundo, de nuestro modo de vivir y que es protagonista de nuestro confort y nuestro bienestar cotidiano. Esa sensación es innegable, pero debemos pensar no es la única responsable. De hecho, algunos pensadores importantes, como Premio Nobel de Física de 1933, E. Schrödinger (1887-1961) apunta, en su obra Ciencia y humanismo, quizás por primera vez, lo artificial de la separación entre las dos culturas. Esta separación, después de la conferencia de 1959 C.P. Snow (1905-1980), se ha convertido en que delimita el saber humanista del científico una barrera consistente y arraigada. Schrödinger pensaba que la ciencia no se diferenciaba casi nada de otras disciplinas que contribuían al desarrollo de nuestro conocimiento, como la filosofía, la historia, la geografía, la lingüística o la sicología, que no tenían como fin único la mejora de las condiciones de vida de la sociedad humana.
Por una parte, hay investigaciones científicas de gran calado, que se han desarrollado ajenas a los fines de la mejora de las condiciones de vida de la sociedad. Claros ejemplos son los teoremas de completitud de la aritmética, la prueba del último teorema de Fermat, las investigaciones en la teoría de cuerdas o la astrofísica. Son investigaciones que se hacen en buena medida, como señalaba C. G. J. Jacobi (1804, 1851) en honor del espíritu humano.
Schrödinger cuestionaba la idea de que la felicidad de la raza humana sólo proviniera de los adelantos tecnológicos que la ciencia aporta a la sociedad. Y aconsejaba no perder nunca de vista el papel que juegan los diferentes puntos de vista de nuestro mundo que proporcionan las disciplinas humanistas en el seno del gran espectáculo tragicómico de la vida humana.
Schrödinger anima a los científicos a no perder el contacto con la vida y la evolución de la sociedad, no solamente en las cuestiones de la vida práctica, que se muestran como realizaciones de los avances científicos y técnicos, sino valorando mediante la razón ese trasfondo idealista de la vida, a veces apreciable, casi siempre no mensurable, pero muy importante para la mejora de las condiciones de vida del ser humano.