EL ANÁLISIS ESCOLÁSTICO DE LA OBRA DE ARISTÓTELES COMO PREÁMBULO DE LA CIENCIA MODERNA

La escolástica medieval no fue tan conservadora y uniforme como se mostró en el momento de la aparición de la ciencia moderna en el siglo XVI. Debemos tener en cuenta que los orígenes de la escolástica están unidos al interés mundo occidental cristiano por conocer la obra de los autores griegos y latinos y, muy en particular los tratados de Aristóteles (384-322 a.C.). Estas obras, en su mayor parte, traducciones del árabe, iban apareciendo con cuentagotas en occidente y cada traducción se recibía, se analizaba y se discutía (generalmente por clérigos) en las escuelas catedralicias y en las universidades.

El propio deseo de conocer la obra las obras clásicas por un gran número de espíritus ávidos de conocimiento y la ansiedad con la que se esperaban y se celebraban las traducciones de la obra de Aristóteles garantizaban la rápida comprensión y la detección de incoherencias en los trabajos del estagirita y las críticas a la obra de Aristóteles se convertían, en ocasiones, en principios de nuevas líneas de pensamiento. Los primeros escolásticos, poco duchos en matemáticas, apenas apreciaron las dificultades que presentaba la astronomía matemática ptolemaica que no se puso de manifiesto hasta el siglo XVI. No obstante, en la edad media se realizaron una serie de aportaciones científicas y sobre todo metodológicas de gran relevancia.

Los escolásticos ampliaron el campo de la lógica. Descubrieron errores en sus razonamientos y rechazaron gran número de observaciones por su falta de concordancia con la experiencia, además, elaboraron un gran número de argumentos que fueron fundamentales muchos logros científicos venideros. Pero, sobre todo, apareció un pensamiento crítico libre, se alejaba del principio de autoridad y se acercaba a la ciencia moderna del siglo XVII. Entonces la ciencia dirigió decididamente la atención hacia los aspectos matematizables de la naturaleza.

La ciencia moderna no surgió de la nada, ya que se realizó un enorme esfuerzo intelectual a través del análisis de la obra de Aristóteles y de otros autores clásicos para sentar las bases racionales de la nueva ciencia.

Hay autores, como A. Crombie (1915-1996) que piensan que sería más exacto considerar que la ciencia del siglo XVII sería una segunda fase del movimiento intelectual que comenzó en Occidente cuando los filósofos cristianos del siglo XIII leyeron y asimilaron a través de las traducciones latinas a los grandes autores griegos e islámicos. Crombie muestra la continuidad esencial, culpando, en parte a los propios humanistas con frases como:

la misma arrogancia absurda que condujo a los humanistas a despreciar y desfigurar a sus predecesores inmediatos por usar construcciones latinas desconocidas por Cicerón (…) les permitió también usar la herencia de los escolásticos sin confesarlo.

A título de ejemplo analizaremos argumentos del filósofo, matemático y teólogo francés N. de Oresme (1325-1362), que, aunque apreciaba las teorías de Aristóteles discrepaba con él el problema de la creación. Para Aristóteles, el universo no fue creado por un demiurgo como decía  Platón en el Timeo, sino que siempre había existido, era eterno y finito. El universo era uno y eterno, sin principio ni final; no tenía historia y no había posibilidad de hacer una cosmogonía (ya que el cosmos no tiene origen y existe desde siempre).

Oresme también criticaba la teoría sobre la unicidad de la Tierra. Aristóteles decía que no podían existir dos Tierras porque ambas se precipitarían hacia el centro del universo, puesto que la Tierra tendía por su propia naturaleza a ocupar el centro y postulaba que, seguramente la tierra no tendiera hacia el centro del universo para formar una sola, sino la que Tierra quizás pueda verse atraída hacia otros fragmentos de la Tierra próximos. Y aventuraba la idea de que el movimiento natural de un cuerpo puede estar gobernado, no por la posición que ocupe en el espacio aristotélico, sino por su posición relativa respecto a otros fragmentos de materia, lo que suponía un antecedente de la ley de gravitación universal.

Especulando sobre si la Tierra estaba fija o en movimiento admite la posibilidad del movimiento con la idea de movimiento relativo. Dice que el movimiento sólo puede ser percibido cuando se cambia su posición con respecto a otro. Y que, subidos a un cuerpo que se mueve, tendríamos la sensación de que permanece en reposo, mientras pensaríamos que se mueve el resto del universo, de la misma forma que le sucede a un hombre sobre una nave movimiento que ve en movimiento los árboles de la orilla. Oresme mantenía que ningún razonamiento, lógico, físico o bíblico podía refutar la rotación diaria de la Tierra y que la elección entre una Tierra quieta y otra en movimiento era sólo cuestión de fe.

También rebatió argumentos aristotélicos de carácter físico contra el movimiento de la Tierra, con ejemplos como lo que se observa lo que sucede cuando dejamos caer una piedra desde lo alto del mástil de un navío y cae al pie del mismo. Aristóteles argumentaba que, si la Tierra se moviera, se apartaría de la base, pero no es así.  Oresme argumentaba que la Tierra podía moverse y rotar si arrastrara al aire circundante, a la piedra y a la atmósfera.

Debemos hacer notar que Oresme ponía a prueba las doctrinas de Aristóteles y analizaba propuestas alternativas. Era claramente critico con el movimiento aristotélico, proponía y podía admitir que la Tierra podía moverse, pero  N. Copérnico (1.473–1.543) dio un paso adelante más valiente e innovador estudiando las consecuencias astronómicas del movimiento terrestre.

Teoría del ímpetus surgió en el siglo XIV del análisis a la teoría del movimiento de Aristóteles. El estagirita decía  que los cuerpos tenían un movimiento natural provocado por un motor interno que les hacía tender al lugar del espacio que les correspondía por naturaleza y, además, podía imprimírseles un movimiento violento o forzado que lo separaba de su tendencia natural mediante una fuerza o motor externo.  Así, una piedra caía hacia el centro de la Tierra, el humo ascendía, etc. porque el motor estaba dentro de el, en su naturaleza, o una flecha era impulsada en un movimiento violento por un arco. En todos los casos, Aristóteles mantenía que el movimiento cuerpo se debía a un motor, a una fuerza o causaba, lo impulsaba y estaba en contacto con él. El problema filosófico se basaba en que el motor debía ser interno y estar en contacto con el cuerpo en movimiento.  ¿Qué sucedía cuando disparamos una flecha?

Según Aristóteles, cuando se lanzaba una flecha, ésta adquiría su movimiento inicial cuando estaba en contacto con la cuerda. Inmediatamente después de que la cuerda dejaba de empujar a la flecha, ésta avanzaba un cierto espacio el motor desaparecía la flecha seguía moviéndose porque  el espacio que dejaba detrás de ella quedaba vacío, y, como la naturaleza tiene horror al vacío, el aire pasaba a ocupar dicho espacio, empujaba a la flecha y le permitía continuar su movimiento sin motor.

En el siglo V el filósofo alejandrino  J. Filopón (490-566) criticó estas soluciones de Aristóteles y supuso que la causa del movimiento debía hallarse en el mismo proyectil, debido a que el motor del movimiento inicial producía en el cuerpo una impresión, el motor de movimiento, o una fuerza para poder de moverse. Esta teoría llegó al occidente latino, a través de las traducciones árabes y Juan Buridán (1300-1358) la sostuvo y defendió como teoría dinámica, dándole el nombre de impetus, ímpetu o impulso.

El ímpetu era una cualidad impresa en el cuerpo en movimiento, cuya propiedad era mover, debía ser proporcional al movimiento comunicado y a la cantidad de materia del cuerpo en movimiento; disminuía según el peso del cuerpo movido y la resistencia del aire, y era, de por sí, una de una magnitud constante, únicamente disminuída por la resistencia del medio, por la tracción en sentido de la gravedad y por la tendencia de los cuerpos a ocupar su lugar natural. Buridán aplicó la teoría tanto al estudio de la caída de los graves, y lo denominó ímpetu o gravedad accidental, como al movimiento de las esferas celestes, que giraban perpetuamente en ausencia de toda resistencia.  Esta era una generalización teórica contraria a la división aristotélica del mundo en el supralunar y el sublunar (regidos por leyes diferentes), ya que daba una explicación dinámica común a ambos y hacía no se precisaran motores ni ángeles para que movieran estas esferas según la tradición árabe. Budirán no estableció fórmulas matemáticas, pero si formuló unas leyes de comportamiento del ímpetus que se reflejan aquí:

… por qué puedo lanzar una piedra más lejos que una pluma y un trozo de hierro o de plomo … más lejos que un trozo de madera del mismo tamaño, … cuanto más materia contiene un cuerpo, más impetus puede recibir y es mayor la intensidad con que puede recibirlo…Por tanto, un cuerpo pesado, denso, recibe más impetus y lo recibe con más intensidad que un cuerpo ligero. De la misma forma, una cierta cantidad de hierro puede recibir más calor que una cantidad igual de agua o de madera. Una pluma recibe un impetus tan débil que es destruido rápidamente por la resistencia del aire y, de manera similar, si uno lanza con igual velocidad un trozo de madera y un trozo pesado de hierro del mismo tamaño y forma, el trozo de hierro irá más lejos porque el impetus impreso en él es de mayor intensidad, y éste no decae con la misma rapidez que el impetus más débil. […]

La teoría del ímpetus de Buridan se difundió en los siglos XIV y XV, y es un antecedente medieval del concepto de inercia de Galileo y permitió unir bajo un mismo conjunto de leyes el cielo y la Tierra. Proporcionando al mundo sublunar, para Aristóteles gobernado por la generación y la corrupción, cierta similitud con el funcionamiento regular de relojería del mundo supralunar.

La escolástica recibió la ciencia clásica, la estudió, la asimiló y, a medida que la analizaba y se descubrían sus puntos débiles, surgían nuevas líneas de investigación. Muchas de las nuevas teorías científicas de los siglos XVI y XVII tuvieron su origen en los pedazos del pensamiento de Aristóteles analizados por la crítica escolástica

Hay un tema que tradicionalmente fue motivo de crítica de la física aristotélica y que y de buena parte de la crítica escolástica y es la caída de los graves en Aristóteles y que no fue solucionado hasta Galileo en el siglo XVII.

Aristóteles en su tratado  Sobre el Cielo

 “Si un cuerpo dado se mueve cierta distancia en cierto tiempo, un peso mayor se desplazará igual distancia en menos tiempo, y la proporción entre ambos pesos, uno respecto al otro, será inversa a los tiempos, uno respecto al otro”

Es decir, la velocidad de caída de cuerpo es directamente proporcional a su peso, e inversamente proporcional a la resistencia del medio sobre el cual se mueven. Además, para dos cuerpos que caen en el mismo medio, la relación entre sus pesos determina la proporción entre sus velocidades. Esta afirmación es contraria al resultado experimental, pero para descubrirlo fueron necesarios complicados procesos de medida, por lo que se mantuvo vigente casi veinte siglos que separan Aristóteles de Galileo y un cambio en el que indudablemente influyeron las criticas escolásticas a la física aristotélica.

Hasta el siglo mediados del XV la cosmología y astronomía europea no superan a la aristotélica en profundidad y coherencia.

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