ANTECEDENTES TEÓRICOS DE LA FORMULACIÓN DE LAS CUATRO CAUSAS ARISTOTÉLICAS

En este artículo trataremos de adentrarnos en los presupuestos teóricos en los que se basó Aristóteles (384- 322 a. C.)  para formular una teoría tan elaborada como la de las cuatro causas (material, formal, eficiente y final). Sobre todo, teniendo en cuenta que es en su obra dónde por primera vez se formula una teoría completa de la causalidad y se hace una exposición sistemática de cómo debe ser el conocimiento racional del mundo real.

Para ello partiremos de una postura teórica defendida por N.R. Hanson (1924-1967) que manifiesta que la determinación de la causa o causas de un suceso es una decisión cargada de teoría. Si partimos de una concepción ingenua de causa, podemos observar, sin hacer un análisis exhaustivo, varios matices; en primer lugar, que la causas de que se produzca un efecto dependen de muchos factores o subcausas que, juntas o por separado, pueden influir en el resultado. Hanson pone como ejemplo la determinación de las causas de un accidente de aviación, para el que las compañías de seguros mandarían diferentes peritos especializados en de siniestros. Mientras que unos expertos analizarían el aparato, otros estudiarían las revisiones realizadas, si se había producido un atentado, si había habido buenas comunicaciones con el servicio meteorológico y la torre de control e incluso el estado de ánimo del piloto. La decisión de atribuir la causa del accidente a una u otra es una adjudicación que está cargada de teoría, ya que depende de las observaciones y de los argumentos de los peritos.

En este sentido se manifiesta el físico y filósofo francés P. Duhem (1861-1916) en su Teoría de la física (1914)

Entremos en un laboratorio, acerquémonos a la mesa poblada de multitud de aparatos, una pila eléctrica, una alambre de cobre…pequeñas vasijas de mercurio, bobinas y un espejo montado en una barra de hierro; el experimentador está insertando en pequeñas aberturas los extremos metálicos de unos alfileres con cabeza de ébano, la barra de hierro  oscila  ye el espejo adosado a ella lanza una banda luminosa sobre una escala de celuloide; el movimiento hacia atrás y delante de la señal permite al físico observar pequeñas oscilaciones de la barra de hierro. Pero Si le peguntamos lo que está haciendo no responderá: “pequeñas oscilaciones de una barra de hierro que soporta un espejo”. No el físico dirá que está midiendo la resistencia eléctrica de las bobinas. Si nos quedamos sorprendidos y le preguntamos qué significan sus palabras, qué relación tiene con los fenómenos que estaba observando y que nosotros contemplábamos al mismo tiempo que él, nos responderá que nuestra pregunta requiere una larga explicación y que deberíamos seguir un curso de electricidad.

La  misma idea parece latir en palabras de Aristóteles en el libro I de la Metafísica donde destacaba que el saber y el comprender las cosas naturales iba más allá de los simples datos observacionales que manejaban los expertos y era más propio del saber abstracto de los sabios;

Creemos, sin embargo, que el saber y el entender pertenecen más al arte que a la experiencia, y consideramos más sabios a los conocedores del arte que a los expertos, pensando que la sabiduría corresponde en todos al saber. Y esto, porque unos saben la causa, y los otros no. Pues los expertos saben el qué, pero no el porqué. Aquellos, en cambio, conocen el porqué y la causa. Por eso a los jefes de obras los consideramos en cada caso más valiosos, y pensamos que entienden más y son más sabios que los simples operarios, porque saben las causas de lo que se está haciendo; éstos, en cambio, como algunos seres inanimados, hacen sí, pero hacen sin saber lo que hacen, del mismo modo que quema el fuego. Los seres inanimados hacen estas operaciones por cierto impulso natural, y los operarios, 5 por costumbre. Así, pues, no consideramos a los jefes de obras más sabios por su habilidad práctica, sino por su dominio de la teoría y su conocimiento de las causas. En definitiva, lo que distingue al sabio del ignorante es el poder enseñar, y por esto consideramos que el arte es más ciencia que la experiencia, pues aquellos pueden y éstos no pueden enseñar.  Además, de las sensaciones, no consideramos que ninguna sea sabiduría, aunque éstas son las cogniciones más autorizadas de los objetos singulares; pero no dicen el porqué de nada; por ejemplo, por qué es caliente el fuego, sino tan sólo que es caliente. Es, pues, natural que quien en los primeros tiempos inventó un arte cualquiera, separado de las sensaciones comunes, fuese admirado por los hombres, no sólo por la utilidad de alguno de los inventos, sino como sabio y diferente de los otros, y que, al inventarse muchas artes, orientadas unas a las necesidades de la vida y otras a lo que la adorna, siempre fuesen considerados más sabios los inventores de éstas que los de aquéllas, porque sus ciencias no buscaban la utilidad. (Metafísica, 981 b).

La pregunta que tratamos de explicar es que presupuestos previos tenía Aristóteles para elaborar su sistema de conocimiento científico fundamentado en las cuatro causas. Pariremos de la base de que Aristóteles se formó en la Academia de Platón (427–347 a. C.) donde Aristóteles permaneció desde el 367 hasta la muerte del maestro. Indudablemente, Aristóteles participó de las ideas de su maestro, pero no estaba de acuerdo con la separación platónica de los dos mundos independientes: el mundo de la materia sensible y el mundo de las ideas o de las formas.

El pintor italiano R. de Sanzio (1483-1520), en el cuadro La escuela de Atenas, representó a Platón (427–347 a. C.)  y a Aristóteles (384- 322 a. C.) con gestos bien distintos, que ponen de manifiesto su visión del mundo. Platón apuntaba hacia arriba señalando donde él creía que se encontraba el mundo verdadero: el mundo de las ideas; en cambio, Aristóteles señalaba hacia abajo porque opinaba que el mundo verdadero no se hallaba separado de las cosas sensibles y que era el percibíamos con nuestros sentidos y que, por tanto, la esencia de las cosas estaba en ellas mismas y que y los sentidos nos decían que la esencia era la materia de que estaban hechas y la forma que adoptaban.

Para Platón, la esencia de las cosas estaba en un lugar independiente de los objetos materiales y aprender algo sobre el mundo consistía en que nuestra alma (no material) recordara las ideas del mundo inmaterial que ya existían desde siempre. Sin embargo, para Aristóteles el conocimiento, las ideas abstractas que explicaban lo universal, se creaba a partir de la experiencia y de la observación del mundo real mediante nuestros sentidos en un proceso inductivo, según su máxima: Nada hay en la mente que no haya pasado antes por los sentidos.

 

 

 

Por esto, Aristóteles consideraba que las ideas no pertenecían a un mundo independiente del mundo real, sino que eran formas inteligibles que nuestra inteligencia podía extraer de la materia sensible. En lugar de ubicar, como Platon, las ideas y las sensaciones en dos mundos diferentes, Aristóteles las confinó al mundo sensible, que consideraba inteligible y que, además, era el único mundo que él consideraba real. Materia y forma eran para Aristóteles las dos caras de una misma realidad, tan inseparables la una de la otra, como un individuo chato respecto a su nariz.

Aristóteles en la Academia comprendió que la materia y la forma eran las causas intrínsecas que constituyen el ser, la esencia de las cosas, la causa material que era aquello de lo que estaban hechas las cosas, aunque era un sustrato indeterminado y la causa formal, principio de todas las determinaciones, que nuestra inteligencia podía discernir y extraer de la materia. Aristóteles colocó ambas causas en el mundo sensible y no en universos separados como Platón.

Las otras dos causas, la eficiente y la final las matizaría estudiando el pensamiento de los filósofos Jonios. Aunque en la Academia de Platón conocían el pensamiento de los primeros científicos jonios, Aristóteles, en su paso por las costas de Asia Menor, entró en contacto el pensamiento de los filósofos naturales griegos. Ya que Aristóteles, tras la muerte de Platón, se trasladó a Axos, en Asia Menor, donde gobernaba su amigo Hermias de Atarneo, y más tarde se estableció a Mitilene en la isla de Lesbos, dónde se dedicó con Teofrasto (371-287 a.C.) al estudio la zoología y la biología marina. Y, seguramente, en esta época, daría forma al problema del cambio en el mundo.

Los filósofos Jonios no pretendían dar una explicación detallada de los mecanismos del movimiento local, ni del comportamiento cambiante de la Naturaleza; tampoco aspiraban elaborar teorías que hicieran predicciones sobre la evolución de los fenómenos naturales. Tales de Mileto (640- 546 a.C.), Anaximandro (610-545 a.C.), Anaxímenes (585-525 a.C.), o Heráclito (540-480 a.C.) dieron diferentes respuestas sobre cual podía ser el principio de las cosas: Agua, aire, infinito o fuego, etc.  Aristóteles se decidió por la opción de Empédocles de Agrigento (495-435 a.C.) que suponía que la materia estaba formada por cuatro elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego. Estos elementos tendían a ocupar un lugar en el espacio según su densidad o levedad. Así, el elemento Tierra ocuparía el lugar más bajo y el Fuego el más elevado, ocupando el Agua y el Aire posiciones intermedias.  Los cuerpos que fueran mezcla Elementos diferentes tenderían a ocupar su lugar correspondiente según su densidad.

Y al estudiar el movimiento en el mundo real Aristóteles pensó de que debía haber algo que diera permanencia y unidad a todo y, además, una acción que propiciara el cambio.

Aristóteles dedicó su Física, fundamentalmente, al estudio de las causas eficientes y su relación con el movimiento. Aristóteles consideraba que el movimiento no era solamente el movimiento local entre dos puntos del espacio, también era movimiento la transformación de una semilla en planta, la disolución de la sal en el agua o la desaparición de la madera vieja en un bosque. Los fenómenos de generación y corrupción.

Pero pensaba que el movimiento no podía ser una situación permanente de la materia, sino una situación transitoria entre dos estados de reposo (el movimiento no fue considerado como un estado hasta la aparición de la Ciencia Moderna en el siglo XVII y en las obras de Descartes y Galileo). El estado estable de la naturaleza era el de reposo y para moverse se necesitaba una causa eficiente.

Aristóteles distinguió dos tipos de movimiento: el movimiento natural y el movimiento violento. El primero lo definió partiendo del principio que todo objeto en el universo tiene un lugar propio en la naturaleza, y el que no esté en su lugar propio, se esforzará por alcanzarlo. Así, los objetos en los que domine el Elemento Tierra tenderán a hundirse y en los que el Aire o el Fuego estén en mayor proporción se elevarán. En este movimiento, la causa eficiente será la tendencia general o inclinación interna de cada cuerpo hacia el lugar que debe ocupar por su propia naturaleza.

En los movimientos violentos forzados, como el lanzamiento de una piedra, la causa eficiente procedía el exterior y para Aristóteles era necesario que la causa actuara de forma permanente en contacto con el objeto móvil. Aunque para explicar la acción de la causa eficiente de ciertos movimientos forzados como el lanzamiento de una piedra, los fenómenos magnéticos o las mareas aparecían serias dificultades (esto sería motivo de grandes discusiones en las universidades medievales dando lugar a la teoría del ímpetus y abriendo paso a la física moderna).

Aristóteles consideraba, además, una causa final, que era una ventana que se abría desde su mundo materialista al mundo platónico de las ideas y respondía a la pregunta ¿para qué? ¿Qué se pretende con cada cambio? La respuesta parece evidente en algunos casos ¿Para qué se hace una cabaña? La respuesta sería para cobijarnos, pero responder a ¿para que llueve?, ¿para qué tienen relámpagos las tormentas? O ¿Para qué hay plantas espinosas? Estas preguntas, son, en cierta medida, preguntarse por un plan del mundo que todavía no estaba incorporado al fenómeno en particular. El guiño al mundo platónico de las ideas al que la naturaleza aspiraba continuamente para alcanzar su perfección.  Esta causa era esencial para explicar el orden del cosmos, en el que todo cambiaba para mejorar, actualizando las mejores potencialidades. Esta causa fue desestimada desde los comienzos de la Ciencia Moderna por no ser observable, depender de la opinión y dar cabida en el pensamiento científico a ideologías, supuestos y creencias religiosas.

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