UN BALANCE DE LA ADMIRACIÓN Y DE LOS TEMORES QUE SUSCITA LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Habitualmente solemos decir que siempre que se pierde una cosa se gana otra o, por lo menos, tenemos la sensación de que, aunque se haya producido una pérdida y la hayamos sustituido por otra, en el trueque, hemos obtenido algo positivo. Pero también se produce situación opuesta, es decir, que, ganando algo y, aunque haya mejorado nuestra situación, hemos perdido o tenido que abandonar otra cosa que apreciábamos. Este movimiento de vaivén se ha producido en multitud de situaciones de la historia de la sociedad e incluso en las consecuciones científicas.

En matemáticas estamos acostumbrados a estas situaciones en las ampliaciones numéricas. Con la ampliación del conjunto de los números naturales, N = {1, 2, 3, 4, …} se podían contar los elementos de cualquier conjunto, pero no se podía calcular la diferencia de dos números naturales cualesquiera, por ejemplo, la resta  3-7; ahora diríamos el resultado es -4, pero éste no es un número natural y tampoco tenía sentido real (al que tiene 3 ovejas no se le pueden quitar 7). Se amplió el conjunto N de los números naturales al conjunto Z {…-3, -2, -1. 0, 1, 2, 3, 4, …}  de los números enteros y con  Z se consiguió un conjunto en el que se podían hacer todas las diferencias posibles, lo que era un gran avance, pero  ¿Qué se perdió?. La pérdida consistió en que en el conjunto Z no había un primer elemento, es decir, un número de referencia para comenzar; a derecha e izquierda de cualquier número entero había infinitos elementos de Z.

Todavía fue mayor la perdida que se produjo cuando surgió un conjunto Q de los números racionales en el que se podía dividir cualquier número entero, porque contenía todos los cocientes posibles de números. Lo cierto es que disponer de un conjunto en el que se pudieran realizar todos los cocientes posibles fue un gran avance. Pero ¿que se perdió? En el conjunto Q de los números racionales, por ejemplo 2/3 = 0,66666…  o,  1/4 = 0,25, no podríamos escribir su siguiente. Si los números racionales fueran seres vivos no conocerían a su vecino, o número siguiente. ¿Qué número es el siguiente de 0,25?  no es 0,251 ni 0,2501? ni 0,25001, ni siquiera 0,2500…0001?, el vecino de 0,25 no se puede escribir, en suma, no podemos conocer el número siguiente de 0,25.

No obstante, sin tener un primer elemento, y sin saber quién es el vecino de cada número (y con algunas pérdidas más), las matemáticas construidas sobre los números naturales han progresado felizmente. Esa presentación es una de las caras que nos presenta el progreso, Se ha perdido algo o, quizás, que algo ha perdido preponderancia, pero, sin embargo, se ha ganado en recursos, en técnicas operativas, en libertad y profundidad teórica y en posibilidades de aplicación de las matemáticas al estudio del mundo físico.

Pero esto no ha sucedido únicamente en matemáticas, sino también en la concepción del mundo físico. N. Copérnico (1473-1543) propuso un modelo de universo en el cual el hombre, y la Tierra que habitaba, no estaban en el centro del universo. La Tierra no era más que un planeta que giraba alrededor de una estrella, el Sol. Después descubrimos que el Sol giraba alrededor del centro de la galaxia a una velocidad de 828. 000 km/h y que tardaba más 200 millones de años en realizar el giro. Es cierto que perdimos la ilusión, la creencia de ser el centro inmóvil del universo, y se tuvo que aceptar que la Tierra no ocupaba un lugar privilegiado en el universo, pero la teoría copernicana nos hizo conocer mejor el espacio circundante, nuestra posición en el cosmos, que el cielo de los dioses no estaba en los cielos interestelares y que la religión era algo espiritual que no dependía de un mundo material, etc

Más tarde Ch. Darwin (1809-1892) estudió el origen del hombre y propuso la idea, corroborada y científicamente aceptada en la actualidad, que explicaba que nuestra especie estaba inmersa en el proceso evolutivo que era capaz de explicar el origen de todos los seres vivos. Esta afirmación está firmemente apoyada por la paleontología ya que hay evidencias de la existencia de seres humanos en nuestro planeta desde hace más de 300.000 años y, en ese periodo, nuestra especie era una especie entre tantas del género Homo, que estaba sumamente diversificado. Después de la desaparición del Homo neardentalensis hace 28.000 años somos la única especie del género que existe.

Con la teoría de la evolución los humanos perdimos la elevada alcurnia de nuestro linaje como de especie creada a imagen y semejanza de Dios, lo que no dejaba de ser una especulación, y nos identificaba como una especie inteligente y afortunada del género homo. El ser humano se distingue por su aspecto físico (bípedo, con extremidades superiores dotadas de manos habilidosas, con lenguaje articulado con el que comunica su pensamiento y con pelaje escaso), pero, sobre todo, sobresale por su inteligencia e inventiva. Estas cualidades lo hacen diferente del resto de los animales superiores, pero, la inteligencia lo ha colocado a la cabeza de los seres vivos y le ha proporcionado una capacidad de transformar el medio que lo rodea.

El hombre dejó de sentirse instalado en el centro del universo, dejó de considerarse un ser privilegiado creado a imagen y semejanza de Dios, y pasó considerarse una especie animal más, aunque dominante, que destacaba por su inteligencia y que lo situaba por encima del resto de los seres vivos. Actualmente esa cualidad superior de los seres humanos entra en competencia con una inteligencia no humana, la AI, que nuestra especie va alimentando, día a día,  como si fuera un hijo, y crece en sabiduría eficacia y prestaciones, pero es un algoritmo. Es indudable que el aumento de la inteligencia, como facultad más representativa de los seres humanos parece ir en su beneficio, pero ¿Qué perderemos?

La inteligencia humana, en un proceso entre recursivo y generador, ha sido capaz de plasmar inteligencia en soportes no orgánicos. Se han hecho aplicaciones informáticas capaces de diagnosticar enfermedades, máquinas que juegan al ajedrez y ganan a grandes maestros, pero la mayor aportación de inteligencia artificial ha sido la elaboración de algoritmos de aprendizaje automático, que utilizan métodos con los que la máquina puede aprender directamente de los datos en bruto sin necesidad de introducirle desde fuera modelos matemáticos. Se considera que una máquina ha aprendido cuando el programa consigue mejorar su rendimiento tras realizar una acción. Los programas de la IA son adaptativos, por lo que, a medida que aumentan los ejemplos que se le muestran y los problemas que abordan, aprenden y mejoran su rendimiento. El aprendizaje automático permite a los ordenadores instruirse de sus análisis y experiencias, por lo que se teme que en un futuro muy próximo aumenten los recelos y surjan problemas de rivalidad y competencia, ya que la IA es capaz de aprender de los datos y descubrir patrones de comportamiento en el mundo real que el hombre no puede obtener.

Es indudable que la aparición de una inteligencia semejante a la humana, y que se espera que pueda ser superior, despierte opiniones y sentimientos encontrados en los seres humanos. Por una parte, esa inteligencia enorme, incansable y que nunca duerme, nos puede ayudar a descubrir patrones de comportamiento desconocidos en el funcionamiento del universo que va desde átomos, moléculas y toda clase de seres vivos, pasando por el descubrimiento de remedios para nuestras enfermedades, procesos de mayor potencia energética y otros descubrimientos inimaginables que nos llevaría al terreno de la ciencia ficción. Pero, mientras esperamos la llegada de más logros que   nos harían la vida más fácil, larga y placentera, van apareciendo sospechas, dudas y temores sobre los peligros que esa inteligencia puede suponer para la especie humana, situación que sería, en suma, el esquema lógico señalado por el argumento que venimos manteniendo; en línea que es lo que se pierde cuando se realiza (o está a punto de producirse) un gran avance revolucionario.

Podríamos buscar muchas pérdidas entre los temores, las fantasías y las elucubraciones que sugiere la idea de imaginarnos un ser tan inteligente como los seres humanos que nos resuelva las  dudas, que resuelve problemas de matemáticas con una rapidez y una precisión extraordinarias, pero que es metálico o en, todo caso, es un algoritmo que funciona sobre un soporte material inorgánico.

Todas esas perdidas  serían largas y casos particulares. En esta línea voy a recoger un sentimiento, casi poético, expresado por el agudo periodista y analista español Fernando Jáuregui.  El 5 de mayo de 2023, Fernando publicó en Heraldo de Aragón un artículo titulado La mosqueante inteligencia artificial en la que decía:

Quizá vaya siendo hora, no de descalificar, pero sí de cuestionarnos el respeto acrítico a ese descubrimiento tan deslumbrante llamado inteligencia artificial.

En artículo cuenta que le pidió al Chat GPT que escribiera un artículo sobre las elecciones que se celebrarían a final de mes firmado por el, tal como él lo hubiera escrito. Treinta segundos después le presentó un artículo escrito con corrección gramatical y empleando, palabras y frases que él utilizaba con frecuencia. Únicamente que el artículo del GPT, aun barajando palabras y frases que él utilizaba, le redactó un artículo que, de alguna forma, lo hacía simpatizante de uno de los partidos que se presentaban a los comicios, mientras que a lo largo de toda su carrera había intentado mantener una ecuanimidad e independencia. Sin embargo, el Chat extrajo, a partir de varios escritos anteriores del periodista, sus conclusiones y escribió lo más previsible. Introdujo las palabras y las frases en una coctelera y las ordenó según su lógica (seguramente según la frecuencia de aparición en las obras de Jáuregui), pero dejar respirar las dudas, ni el rigor particular, ni los matices que aparecen en elaboraciones de los seres humanos.

El periodista concluyó diciendo que la inteligencia artificial etiqueta las cosas, nos hace previsibles y un periodista, un ser inteligente, debe suministrar, ante los sucesos de cada día, un posicionamiento crítico, algo nuevo e imprevisible, una cara de la realidad fruto de una independencia de criterio, que invite a la reflexión y describe el peligro de manipulación que tiene el empleo actual de la IA con estas palabras:

… la IA es tan peligrosa para el periodismo que, en estos tiempos y al paso que seguimos de consignas, de lo políticamente correcto, la muy artificial inteligencia… acabará teniendo razón. Y siendo capaz de escribir lo que, desde ciertos partidos e instituciones, desde redes sociales teledirigidas, esperan algunos que nosotros, los informadores, y comentaristas escribamos, es decir, que no nos apartemos del buen camino. El que nos quieren trazar quienes pretenden predeterminar nuestras vidas.

Sam Altman, creador de ChatGPT, a mediados de mayo de este año, proponía regular la inteligencia artificial estableciendo unas normas semejantes a las que se adoptaron con las armas nucleares o como hace la FDA que controla los medicamentos en Estados Unidos. En suma, unas normas que regulen que el público acceda a los beneficios de esa nueva tecnología, pero que identifiquen y gestionen las posibles desventajas para poder disfrutar de sus indudables ventajas. La IA podría ayudar no sólo a realizar grandes descubrimientos, también podría ayudar a abordar grandes desafíos que tiene la humanidad tales como el cambio climático o la cura del cáncer

De todas formas, la desventaja que apunta Jáuregui es peligrosa y sutil; yo la interpreto como una tendencia a  reducir de la biodiversidad intelectual y la biodiversidad es necesaria en las plantas, en los animales y, hasta en las bacterias, para mantener la vida en el planeta tal y como la conocemos. En última instancia pensemos que la vida  es el soporte de la inteligencia operativa,

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