LA INTELIGENCIA ES ALGO MÁS QUE UN PROGRAMA DE INFORMÁTICA

René Descartes expresó que el distintivo de la inteligencia humana frente a los animales estaba en el lenguaje, que dotaba a los seres humanos de la capacidad de comunicarse con los demás, describir las acciones, expresar sus sentimientos y emociones y disponer de la facultad de reflexionar sobre sus acciones sus sentimientos y sobre su vida.

Precisamente, la inteligencia humana se elevaba sobre el comportamiento aparentemente inteligente de otros animales en que éstos nunca podrían hacer uso de palabras ni de otros signos de expresión para comunicarse. Mientras que un hombre medio era capaz de ordenar un conjunto de varias palabras y confeccionar un discurso que expresara sus pensamientos ningún animal, por perfecto y felizmente dotado que estuviera, podría hacer otro tanto. Y esto no sucedía porque a los animales carecieran de órganos físicos para ello, ya que, por ejemplo, las urracas y los loros podían articular palabras, como nosotros y, sin embargo, no podían, como hacemos los humanos, expresar lo que puedan pensar; y, aún más, existen hombres que, habiendo nacido sordos y mudos, sin capacidad para hablar, han elaborado por sí mismos un lenguaje, basado en signos visuales, con el que se comunican entre sí y con las personas que, habían conseguido aprender su lengua.

Indudablemente el lenguaje y la comunicación son características distintivas y bien reconocidas de la inteligencia. Una persona que se exprese con lógica y responda adecuadamente a las preguntas que se le puedan formular podemos decir que es inteligente. Con test de Turing se trata de determinar si un ordenador, debidamente programado, posee una inteligencia semejante a la humana; para ello se le exige que la máquina haya conseguido mantener una conversación coherente sobre un tema con una persona. En principio, con el test de Turing, estaremos relacionando la inteligencia humana con un programa de ordenador.

Pero podemos reflexionar sobre el tipo de inteligencia que ha alcanzado un ordenador y preguntarnos, en primer lugar, si la máquina puede pensar y si sus pensamientos son conscientes como los de los humanos. En suma, si podemos afirmar que una máquina puede pensar porque sea capaz de ejecutar un programa informático. En todo caso, de ser así, el pensamiento sería una propiedad abstracta de los programas informáticos formales, redactados con una sintaxis determinada y que podrían ejecutarse en cualquier tipo de material que fuera capaz de ejecutar el programa.

Recordemos que el test de Turing consiste sencillamente en constatar si un ordenados puede comportarse de modo que interactúe con un experto y que éste no pueda distinguir si se trata de un ordenador o de un ser humano el que tiene una determinada facultad. Esa facultad sobre la que pueden dialogar máquina y experto  puede ser sobre la capacidad de hacer raíces cuadradas, sobre conocimiento la historia del cine español, sobre la situación económica de la Europa occidental o sobre de la comprensión del idioma chino. Si se supera la prueba, el ordenador o, más precisamente, el programa del ordenador sería un modelo de la mente humana, pero ¿sería una mente en el mismo sentido que una mente humana lo es?

Para ser una mente humana necesitaría, además, comprender el significado de una palabra en diferentes contextos. Por ejemplo, la palabra comer no significa los mismo en comerse una naranja, comerse un alfil, comerse los calcetines o comerse los ahorros. Y eso, en principio, no se puede conseguir mediante las reglas sintácticas con las que construye el lenguaje de los programas, ya que los programas informáticos se dedican a manejar símbolos y la mente humana atribuye significados a los símbolos y se mueve en terreno que en lingüística se conoce como semántica.  Y, lo que es más en la comunicación interviene el tono de la expresión que puede expresar ironía, sarcasmo, irritación, etc,  y lo que probablemente sería necesario programar, en ocasiones, sería la entonación, la pronunciación e incluso la musicalidad que impregna el diálogo..

Hay autores, como John R. Searle (n. 1932), argumentan, que, aunque la máquina supere la prueba de Turing, no tenemos la seguridad de que sea inteligente, es decir, de que sepa ni comprenda lo que está haciendo. Para ello propone el experimento mental de la habitación china:  Consideremos un idioma que no conocemos, por ejemplo, el chino.  Y una persona que sólo habla inglés se encuentra encerrado en una habitación que solo contiene cestas llenas de símbolos chinos y, además, un libro de instrucciones, en inglés, en el que puede leer como emparejar los símbolos y las reglas que permiten identificar los diferentes símbolos chinos por sus características observables y no hace falta que comprenda ninguno de ellos. La regla dice, por ejemplo, toma un símbolo en forma de doble H de la cesta uno y emparéjalo con otro que es triple Ñ de la cesta dos.

Supongamos que el libro de instrucciones permitiera responder a las preguntas que se formulen desde fuera de la habitación de modo convincente, entonces las contestaciones  resultarían indistinguibles de las que pudiera dar un chino nativo. Con eso superaría el test de Turing en lo que concierne a comprender el chino. Pero, con el sistema que hemos descrito de la habitación china, la persona encerrada que da la respuesta no puede comprender el chino, puesto que no tiene forma de entender ni aprender el significado de ninguno de los símbolos. La persona de la habitación está manipulando símbolos y siguiendo instrucciones igual que lo hace un ordenador, sin dar interpretación a los símbolos y eso no garantiza el conocimiento. Los programas son sintácticos y el significado no se puede conseguir desde la sintaxis

Los ordenadores son incapaces de una auténtica cognición. En su libro  filosófico The Engine of Reason, The Seat of the Soul: A Philosophical Journey into the Brain (1995), (El motor de la razón, el asiento del alma: un viaje filosófico al cerebro, P. Churchland aborda el problema de la conciencia, nuevamente argumentando que la conciencia no es «real» en el sentido en que pensamos, sino que es más bien un producto del funcionamiento puramente naturalista del cerebro. Curiosamente, con el resurgimiento del trabajo con redes neuronales (un algoritmo típicamente asociado con el aprendizaje automático en la investigación de Inteligencia Artificial), P. Churchland ha argumentado durante mucho tiempo que las redes neuronales podrían explicar el fenómeno de la conciencia. Y que los circuitos construidos tomando como modelo el cerebro podían tener inteligencia.  Para una información más exhaustiva ver el artículo de John R. Searle ¿Es la mente un programa informático? En Investigacion y Ciencia – Temas 68 – La ciencia después de Alan Turing – 2012,

 

 

Add a Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *